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sábado, noviembre 23, 2024

WALTER PADOVANI

Walter es uno de los pocos sobrevivientes que conocí en Correo de Tacna, tuve la suerte de verlo como camarógrafo en Canal 7 y conservo su valiosa amistad que confirmo cada vez que puedo darme un salto por la tierra heroica.

Es un cusqueño y como muchos llegó para quedarse, armado del sentido de la amistad y una cámara fotográfica que aprendió a usar en Machu Picchu, retratando gringas con ganas de divertirse.

En Correo se convirtió en reportero gráfico entrenado para correr al incendio, el accidente, tomar la foto, revelar el rollo y hacer la copia, en ese cuarto oscuro de luces rojas y bandejas con ácidos, algunos para el revelado y otros para lavar y detener el proceso en el momento preciso y fijar la imagen definitiva.

Dominaba todos los pasos con exactitud cronométrica y de él dependía que la noticia saliera acompañada de una foto ilustrativa. Hoy la fotografía analógica cedió paso a la digital y los procesos a color son veloces.

Lo acompañé algunas veces a su casa, después de la jornada de trabajo, a medianoche y uno de sus hijos pequeños le reclamaba, a esa hora, que le friera un huevo, razón por la que después yo le preguntaba por “huevo frito”, al que volví a ver hace poco tiempo adulto, casado y con hijas jovencitas.

Conoce de medicina andina, por su crianza en familias herederas de la sabiduría de los incas y la experiencia acumulada en años de curar a sus hijos sin médicos ni hospitales.

Irma, una amiga que conocí en Bethel regresó a vivir al Cusco, me premia con acuarelas que me envía cada cierto tiempo y unas pocas logré enmarcar para llevar de regalo a Padovani, que quedó perplejo cuando descubrió que una de ellas tenía pintada la fachada de la casa de su familia, en Chinchero, su tierra.

Son cosas de Dios, le dije, porque una coincidencia tan grande es casi imposible que ocurra. Son misterios con los que la vida nos quiere seguir sorprendiendo, gestos asombrosos de una acuarela que juega con su memoria y hoy adorna la habitación de sus nietas.

No sé si pueda volver a Tacna, pero estoy seguro que cuando vaya llamaré a Walter para saborear café con empanadas, en Dos de Mayo y entregarle la última acuarela de un lote que me acaba de enviar Irma del Cusco.

 

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