Alay, Alarco, Capellino, Podestá, Santa María y alguna otra que se me escapa eran las pocas librerías a las que acudíamos al comenzar las clases escolares en Tacna, cuando el único colegio particular era el Santa Ana, de mujeres, con algunos agregados en los primeros años.
Tan malo era el sistema que todo Tacna se reunía esos días en esas pocas librerías para cumplir con la exigencia de las listas de útiles escolares, infinitas.
Se congestionaban de manera abusiva, histérica, absurda, por la necedad de directores de colegios de no entregar la lista de útiles con un par de semanas de anticipación. Como ahora.
Montones de cuadernos, libros, plastilinas y cartulinas, lápices negros y de colores y lapiceros de tinta líquida, plumones, tinteros de tinta negra y roja, goma de borrar y goma de pegar, tajadores, un jarro de metal para la leche, serpentinas, etiquetas, papel bond, carbón, cometa y periódico, cinta scotch, chinches, forros, archivadores de palanca, folders de manila, sobres grandes y chicos, reglas centimetradas y escuadras, compás, perforador y atchivador, fasteners de metal, algodón, alcohol y curitas para el botiquín y un etc. de impredecibles objetos que algunas veces no se llegaban a usar nunca.
No habían inventado las mochilas escolares, no se conocían esos equipos tan prácticos en estos días y entonces debíamos cargar pesados maletines que fui descartando con el tiempo al extremo de terminar el colegio sin maletín, ni libros, ni cuadernos.
De vez en cuando había que lustrar los maletines, como los zapatos. Las zapatillas solamente estaban permitidas para las clases de educación física y había que llevarlas con el uniforme de deportes en maletín aparte, el de deportes, más liviano.
Tampoco existía transporte escolar, todo era a pie, Tacna era una ciudad mucho más pequeña que hoy y salvo unos pocos que venían de Magollo, Pachía o Pocollay, subir a un ómnibus de Albarracín era una especie de aventurera diversión.
Como tampoco existían internet ni computadoras, la biblioteca del Instituto Nacional de Cultura se convertía en la mejor fuente pública de libros a los que accedía con un carnet que facilitaba el acceso también a las niñas de los colegios de mujeres, que acudían por lo mismo. Los teléfonos inalámbricos existían únicamente en las películas de Dick Tracy y James Bond.
Con todas sus virtudes y defectos la actividad escolar llenaba la mayor parte de nuestras vidas.