“No queremos que el que tiene plata se vacune y el que no tiene no se vacune”, fueron las torpes palabras que pronunció el presidente Sagasti, de las que se arrepentirá el resto de sus días.
Es el sinceramiento de alguien que prefiere que la gente muera con tal de tenerla sometida a los caprichos de un gobierno incompetente que peor gestiona la epidemia en todo el mundo.
No le entra en la cabeza que el sector privado pueda traer vacunas, mejores vacunas a menores precios, que las que su comparsa burocrática compra a los chinos.
El pensamiento rojo egoísta expuesto sin tapujos en un canal de televisión amigo, el mismo que sacó a dos de sus entrevistadores por incomodar a su antecesor Vizcarra. La misma estación que entre sus propietarios tiene a miembros del Club de la Construcción, socios de la mafia brasileña de Odebrecht.
Tener plata para comprar una vacuna se convierte así en la manzana de la discordia que condena a ser expulsado del paraíso, mientras él se vacuna no por contar con dinero para adquirirla, sino por formar parte de la casta burocrática con derechos superiores al común de los mortales.
El, así como el ex presidente Vizcarra y los ministros y 400 burócratas dorados, familiares y amigos, si tienen derecho por estar en el cogollo de la corrupción, desde donde señalan que los privados no pueden comprar vacunas porque podría generar corrupción.
Van a crear un mercado negro, agregó al discurso discriminador de un gobierno de izquierda corrupta, que prefiere que mueran los ricos.
Ochenta soles cuesta una de las vacunas más caras, caes en la categoría de rico y mereces el infierno. El mismo angelito que se vacuna primero, antes que médicos y enfermeras, tiene el privilegio de seguir viviendo.
Mira al trabajador exitoso, que hace dinero gracias a su esfuerzo, disciplina, inteligencia y constancia como un delincuente que no merece la vacuna. Es el discurso de los candidatos rojos, de los comunistas, de los caviares.