En los primeros días de clases aparecen las listas de útiles escolares que en primaria suelen enviar los profesores a los padres de familia. Después son los escolares que deben anotar en alguna parte lo que les dictan los profesores según las respectivas materias.
Me preocupaba ver como mi madre, que también fue profesora, abría los ojos cada vez que recibía la lista, cada vez más grande. Heredaba los libros de mi hermano mayor y hasta algunos cuadernos a medio usar, pero igual la lista seguía siendo muy grande.
Acompañarla a las librerías para comprar lo que faltaba era toda una experiencia, por la congestión que había en todas las librerías, el apuro para ser atendidos y el encuentro con compañeros de colegio y sus madres, generalmente amigas y entonces la conversación hacía más largo el trámite.
Pero había que tolerarlo debido a que solo los niños comprenden y saben de sus propios gustos, que no necesariamente son los de los padres. Finalmente son ellos lo que usarán determinado tipo de regla, tajador o borrador, la plastilina, crayola, lápices de colores y hasta la serpentina con la que recuerdo hacíamos platos, tazas y vasos de papel.
Alguna vez hicimos collares de fideos pequeños que debíamos enhebrar con hilo y una aguja de coser.
Todavía no se usaban mochilas y para llevar los útiles debíamos cargar enormes y pesados maletines de cuero capaces de contener libros, cuadernos, lápices y un par de sándwichs para el recreo, cuando nos daban leche, preparada en un enorme perol en uno de los patios. Cada uno tenía un jarro de metal marcado con alguna seña que lo hacía diferente a los demás.
En el maletín había espacio para todo, la cristina que se usaba sólo dentro del colegio, un trapo o escobilla para limpiar los zapatos, figuritas del álbum, el pito cañigua o la melcocha que compramos en la carretilla y bolitas o un trompo para jugar a la salida.
En los primeros años llenaba cuadernos con los dictados de los profesores, costumbre que fui dejando de lado, poco a poco, hasta llegar a los últimos grados de secundaria cuando dejé de escribir y de tomar notas que jamás repasaría. Iba al colegio sin nada, sin mochila ni maletín, sin útiles escolares. Conservo solo la costumbre de un buen lapicero.