Para fines del 89 y principios del año 90 el apogeo de la droga comenzaría a perder la fuerza que lo había caracterizado durante buena parte de la década de los años ochenta. El pueblo de Uchiza que desde 1984 figuraba como un centro abierto del narcotráfico y quizá el mercado más grande del valle empezaría a decaer frente a una confluencia de obstáculos.
Entre ellos podrían mencionarse la instalación de la base de la DEA en Santa Lucía (setiembre 1989), el comienzo de la interdicción aérea por parte de la Fuerza Aérea (FAP) con apoyo del Comando Sur de los Estados Unidos, la destrucción de tierras de cultivos tanto por las fumigaciones «experimentales» con el SPIKE a fines de los ochenta como por la diseminación posterior del hongo Fusarium Oxysporum y las presiones del PCP-SL sobre las firmas.
En conjunto estos cambios combinaron para privarle a Uchiza las cualidades que la habían hecho propicia como mercado abierto del narcotráfico. El apogeo se fugaría del Alto Huallaga en busca de mejores condiciones, volviéndose menos asentado y más nómade. Cocaleros y firmas se desplazarían hacia el Bajo Huallaga (Juanjuí, Bellavista, Picota) aunque en mayor medida hacia Aguaytía y Pichis Palcazu. Elementos del PCPSL los seguirían con preferencia hacia el departamento de Ucayali.
El narcotráfico no abandonaría el Alto Huallaga, pero ya no tendría el volumen de negocio que experimentaba durante los ochenta. Todavía se darían fenómenos «menores» o limitados del apogeo, donde volvería por momentos breves a reinar el ambiente festivo de antaño — generalmente cuando narcos locales lograban, previo acuerdo con el jefe de la base militar, despachar cargamentos de droga desde una pista improvisada cerca al pueblo—. No obstante, poco a poco el narcotráfico se haría más discreto y precavido, y los embarques menos frecuentes debido a la cada vez mayor interceptación de vuelos por la Fuerza Aérea.
El PCP-SL por su parte trataría de modo progresivo de crear de la droga su propia empresa, absorbiendo a todas las divisiones de trabajo requeridas para los ciclos de producción y embarque. Si bien ya no podía influir tanto en las firmas, que se concentraba en los pueblos grandes, operaría pequeños feudos independientes en el campo, sitios como Paraíso, la Morada o Batan desde los cuales enviaría droga a Colombia.
Era un PCP-SL que estaba cada vez más involucrado con las operaciones del narcotráfico, pero sólo dentro de sus sectores de concentración, puesto que ya no estaban en condiciones de controlar el mercado a nivel del Huallaga o erguirse como estado por encima de toda la población del Huallaga. Sólo en el campo seguiría siendo una autoridad, aunque una autoridad cada vez menor por los operativos del ejército.
Como un domingo cualquiera Willy había salido temprano de su chacra con sus hijos y su señora al caserío de San José de Pucate para ver el partido del fútbol. Pasaron el día divirtiéndose, conversando con la gente, cuando a eso de las cinco, seis de la tarde, ya era casi hora de regresar a casa, aparecieron treinta hombres, encapuchados y armados. Willy no sabía si eran los Sinchis, o el Ejército, pero un amigo le dijo que no, que más bien serían compañeros, «terrucos».
No había forma de escapar porque los senderistas habían puesto un vigía en cada esquina. Como gritaron: «¡Que paren! Nadie sale de acá. ¡Todos al colegio! Vamos a tener reunión». A la gente de San José le tocó obedecer, no había otra. En el colegio dos de los encapuchados comenzaron a explicar razones de su visita y a conversar de su política. «¿Por qué estamos luchando, por qué estamos organizando a Uds.? Aunque sea, para que se defiendan sus derechos. Acá vienen las autoridades del Estado a hacer abusos, nos maltratan. ¿Cómo se puede defender? Uno se reclama, no nos hacen caso. Único reclamar… con sangre.»
Otro de los encapuchados anunció que iban a poner una bandera en el pueblo «y que nadie me saca. Tiene que venir el mismo Ejército. Si Uds. me sacan o van a informar a Aucayacu vamos a venir y lo vamos a matar a todos, familia completa.» Es así que Willy resumió su contacto original con el PCP-SL —un encuentro tan sorpresivo como amenazante—. Willy no era oriundo de San José. A los once años se había escapado de la casa de su papá en un pequeño pueblo de Huamalíes y acompañado por dos amigos de su edad, se enrumbó hacia Monzón, donde se decía que, por ser zona cocalera, siempre había trabajo.
En Monzón estuvieron un año y medio cultivando terrenos, fumigando y cosechando coca. Luego dejaron Monzón, cada uno hacia un destino diferente. Uno fue para Pucallpa, otro para Tocache, pero Willy sin ir tan lejos, fue a Palo Huimba, un pueblito cerca de Tingo María. Allí siguió trabajando de peón, pero no en la coca sino en la producción de plátanos, maíz y arroz. Un año después se marcharía de nuevo, esa vez para Aucayacu, porque había escuchado que allá uno ganaba más. Recién había cumplido los catorce años.
En Aucayacu no conocía a nadie, pero consiguió empleo con un señor Romero, un «simple propietario» con un poco de ganado y cultivos, quien lo llevó a su chacra al otro lado del río Huallaga, más precisamente en el caserío de San José de Pucate. Willy no se quedó mucho tiempo con Romero. A los seis meses aceptó irse con un joven del mismo San José quien lo había invitado a trabajar en su chacra. Luego el joven le presentaría a su hermana con quien Willy llegaría a comprometerse el año siguiente. Entre hermanos y primos la familia de la novia era numerosa y extensa. Habían llegado de Cañete una década atrás atraídos por la oferta de tierras gratuitas, y terminaron por radicarse en San José.
Los padres de la novia tenían una chacra a un kilómetro del caserío. Era un terreno plano que producía plátanos, arroz y maíz, pero cuando Willy se casó con la hija, los suegros se lo entregaron al nuevo yerno y regresaron a Lima. Era el año 1975. Fue poco después que el sembrío de coca comenzó a asentarse de poco a poco en la banda de Aucayacu y Willy pidió autorización a la directiva comunal de San José para abrir su propia chacra.
Buscó un terreno empinado en un cerro al fondo donde puso su cocal sin saber lo que estaba por venir. Pero él no fue el único, todos los agricultores de San José se abocaron a la coca y cuando llegaba el momento de cosechar, iban uno por uno a empadronarse con la oficina de ENACO48 en Tingo María. Una vez afiliados iban a Tingo María nuevamente a vender su hoja. Sin embargo, al momento de comprar su pasaje se encontraron con la sorpresa de que los transportistas les cobraban una doble tarifa, argumentando que quien tenía coca recibía una buena remuneración. También descubrieron que ENACO no compraba toda la cosecha, sino que seleccionaba las mejores hojas a su criterio, escogiendo sólo las más verdes y sin manchas. Las demás no las querían recibir. Aparte de eso pagaban un precio tan bajo que apenas alcanzaba para cubrir los gastos del agricultor.
Perdíamos al llevar, ya el pasaje y encima que nos pagaban una miseria. De esa razón todos los que estaban inscritos en ENACO ya llevaban una parte [a Tingo] y otra parte lo vendían al otro (narcotraficante). El otro (narcotraficante) pagaba más y al último casi a ENACO ya no lo llevaban ya, más le daban preferencia a lo que compraban para que lo elaboren [en pequeñas bolas de droga conocida como la «bruta»]. El otro atractivo de venderle al narcotraficante era que no tenían que gastar en transporte, porque el comprador llegaba directamente a la chacra.
Poco después empezarían los operativos contra los cocaleros. De Tingo María venían los Sinchis destruyendo con dinamita a las secadoras de coca a lo largo de la Carretera Marginal. Willy observó como llegaron hasta Aucayacu a recorrer el pueblo «en sus polos blancos y con sus perros amaestrados». Permanecieron por Aucayacu cerca de una semana, pero no cruzaron al otro lado del río, dejando sin tocar todos los cocales por la margen izquierda del Huallaga.
El operativo no obstante «despertó» a los cocaleros de toda la provincia de Leoncio Prado, quienes formaron un sindicato a fin de defender sus cultivos de los intentos de erradicación. Fue a través de ese sindicato, en la versión que manejaba Willy, que se propagó el senderismo: Vienen pues, los nombrados, diciendo que son dirigentes, que vamos a defender nuestro trabajo, nuestro derecho, decían ¿no? y total ahí estaba el terrorismo. Ahí nace en ese tiempo, según me contaron —que vinieron de Ayacucho, porque en Ayacucho más antes ya estaba organizado—, de ahí venían y se infiltraban en el comité [de cocaleros], se metían. ¡Vamos a hacer paro! ¡vamos a reclamar! [decían] pero estaban metiendo la subversión ya.
Una vez organizado el sindicato, los cocaleros fueron a la huelga. Llamaron a los agricultores de todos los caseríos de Pueblo Nuevo hasta Pucayacu, a bloquear la Marginal con piedras y palos. El paro duró entre veinticuatro y cuarentiocho horas, y Willy me contó como en medio de la huelga una patrulla de la UMOPAR llegó de Tingo María a encararse con un grupo de huelguistas quienes se habían reunido en el cruce de Aucayacu con la Marginal.
Los policías querían saber quiénes eran los dirigentes para poder, decían ellos, recibir sus reclamos. Pero los huelguistas, que según Willy ya habían sido preparados para esa eventualidad, respondieron que nadie estaba encargado de conducir sino «que todo el pueblo somos dirigentes». Medio año luego llegó ese domingo que un grupo de encapuchados apareció en San José por primera vez para colocar la bandera roja que nadie se atrevió a bajar. «Pucha esa bandera flameaba pues dos, tres meses ahí» recordó Willy, y dentro de las próximas semanas la gente de San José se enteró que los otros caseríos de la margen izquierda también estaban embanderados.
Eventualmente no faltaría quien informara a las autoridades en Aucayacu y la policía entró a San José preguntando quién había puesto la bandera. Los moradores contestaron simplemente que desconocidos habían llegado a ponerla; los policías no hicieron más que sacarla y largarse. A los pocos días regresaron los encapuchados y volvieron a colocar la bandera. «Así nos tenían como casi un año».
Al poco tiempo Willy sufrió un atraco una noche en la chacra de su cuñado. Un grupo de asaltantes lo agredieron y casi lo matan. En esa época, cuando recién se fortalecía la coca los caseríos frente a Aucayacu se llenaban de malhechores que en grupos asaltaban. Había bandas de criminales en San José, San Martín, Primavera y en Pavayacu que se dedicaban a observar a quien estuviera por cosechar para luego sorprenderlo en la noche y llevar el fruto de su trabajo. Robaban coca y nada más, porque como Willy explicó, «Otra cosa no teníamos pues».
La noche que le cayeron a Willy, logró reconocerlos a pesar de la oscuridad. Vivían por un puente de un caserío cercano, pero saber quiénes eran sólo lo hizo sentir más miedo. Yo estaba mal pues, me pegaron, me estropearon. Entonces yo desesperado, yo le digo a mi señora hay que ir a otro sitio. Voy a Pucallpa mañana a buscar terreno por ahí, como tenía plata de que vendía mi hoja, ya tenía un poquito mi platita.
Entonces justo ese día en la noche estoy planeando con mi señora y en la madrugada llegan los terrucos en mi casa, llegan pues una cantidad, ya no eran ya 30, eran como 100, cantidad. Los senderistas venían ya informados de lo que había pasado. Querían saber quiénes habían sido. Ellos a su manera, «compañero», dicen ellos, «compañero te han asaltado». No, le digo yo. «Sí te han asaltado nos han contado. Ahora ¿tú a alguien conoces o sospechas? Eso es lo que queremos saber. A Ud. no le vamos a hacer nada. Acá lo que vamos a matar es al soplón, al violador, a asaltantes, al delincuente, al vago, al fumón. Esos sí los vamos a aniquilar. A esos los vamos a limpiar, todo ese tipo de gente. Vamos a seleccionar a la gente, eso es lo que buscamos… Díganos si conoces a alguien.
Willy no quiso decir nada y más bien contestó que quería dejar San José y buscar un terreno lejos, por otro lado. Los senderistas trataron de disuadirlo. Ofrecieron trasladarlo a otro lugar que ya tenían organizado. Allí aseguraron, nadie lo vendría a asaltar: «Vas a tener seguridad, el pueblo mismo te va a cuidar». Pero Willy no aceptó, estaba resuelto a irse por su lado y los senderistas tampoco se opusieron, diciendo más bien: «Ya compañero tú te decides, nosotros te queremos proteger llevándote a otra zona. Ud. no quieres, pero algún tiempo que tú te das cuenta, que regresas, acá está tu chacra, tu terreno y puedes trabajar viniendo cualquier tiempo».
Willy se despidió dejando a su esposa en la chacra y se fue a Pucallpa. A los pocos días había encontrado un lote por la carretera a Tornavista y regresó a Aucayacu para alistar a su familia. Apenas tres días después de su vuelta a San José llegaron nuevamente los encapuchados. Pedían saber: «¿Cómo es? ¿Vas a quedarte o irte?» pero Willy simplemente les confirmó que estaba decidido, que incluso había comprado su terreno. «Ya, pero estamos organizando acá.», contestaron. «Ud. no tiene por qué hablar nada de eso. A Ud. le vamos a seguir su paso. Si Ud. algo cuentas, hablas, pierdes tu vida. Si vas, vete callado, no has visto nada, no has sabido nada, trabaja tranquilo, nosotros ya acá vamos a luchar, organizar y vamos a erradicar a toditos los delincuentes».
Willy se mudó con su familia a Ucayali. En su nuevo terreno se dedicaba a la agricultura, ya que no era una zona cocalera. Durante un año y medio trabajó sin problemas y sin volver a Aucayacu. Estaba contento. Su señora «no se acostumbró», extrañaba a sus hermanos. Willy quiso regresar a Aucayacu. «Yo le digo a qué vamos a volver le digo a mi señora, nos van a matar». Pero ella no estaba segura y decidió ir para averiguar en qué estaba la chacra que habían dejado. Al poco tiempo regresó al Ucayali trayendo noticias de San José. Decía que ya no había los «maleantes» de antes, que el PCP-SL en su mayoría los había matado y los que no, se había fugado «a la ciudad» (Aucayacu) y que ahora uno podría «andar libre, tú dejas tus cosas nadie te quita, nadie te roba». En pocas palabras a Willy lo llegó a convencer. Encargó su terreno con un señor y regresaron juntos a Aucayacu.
Llegaron a Aucayacu a mediados o a fines del 85 y Willy se dio cuenta que muchas cosas habían pasado. Durante su ausencia el PCP-SL incursionó en el pueblo dos veces para atacar al puesto policial. Además, Willy encontró al Ejército Peruano acuartelado en el segundo piso del consejo municipal. Amigos con quien hablaba le contaron entre otras cosas que el PCP-SL se había posesionado prácticamente de la zona rural y en lo que se refería al narcotráfico, ya había una nueva técnica para refinar la droga. Ya no circulaban tanto las bolas de «bruta» sino paquetes de pasta básica lavada conocida como la «base». «Allí recién la conocí».
En el mismo San José Willy descubrió que el caserío ya contaba con un delegado del Partido. Eso fue nuevo porque la presencia del PCP-SL anteriormente se había limitado a las llegadas de la guerrilla, siempre con sus reuniones y charlas políticas. Ahora sin embargo se había instalado una autoridad propia, un «comité popular» incipiente, que gobernaba los asuntos de la comunidad.
Ya no existía la directiva comunal de antes sino un comité mucho más fuerte e intrusivo. La nueva autoridad se encargaba de «organizar» al pueblo, es decir, aplicar las instrucciones de la guerrilla y repartir las enseñanzas y tareas políticas del Partido. Si llegaba una persona nueva buscando terreno, esa persona tenía que entrevistarse con el delegado, quien antes de darle permiso para residir allí, le interrogaba exhaustivamente sobre su procedencia, su historia y sus propósitos. Sólo si conocía a alguien del caserío y venía recomendado encontraba acogida.
A los forasteros les recibían con sospechas cuando no amenazas. Pero a Willy como ya lo conocían lo felicitaron más bien por haber vuelto. O como el mismo recordó, se alegraron al verlo, diciendo: «bien venido hijo, Ud. te has ido de miedo, te han asaltado y casi te matan, has regresado. Ahí está tu terreno, hasta mientras lo hemos dado a otro señor para que se vaya manteniendo, para que pueda ir cosechando… pero ya ahora te entregamos». Fue en ese momento que Willy se dio cuenta de que ahora uno sólo ocupaba y trabajaba la tierra con el consentimiento del Partido. Y no faltaron personas que perdieron sus terrenos con la llegada de los senderistas y tuvieron que retirarse a la zona urbana de Aucayacu. El decomiso de tierras ocurrió sobre todo cuando los propietarios no quisieron «alinearse» —palabra de Willy— al Partido y sus reglas. El PCP-SL daba dos opciones: «te vas o te sujetas». Aquel que no aceptaba ninguna de esas dos alternativas le esperaba la muerte. Informe CVRM págs.. 290 a 298.