- Una cocina Surge para el que me diga una obra del gobierno de Martín Vizcarra, decía un meme con la imagen del desaparecido Augusto Ferrando en Trampolín a la Fama.
Una broma que se repite como una maldición, encierra la frustración de un país que contempla resignado la incompetencia de gobiernos que se dedican a cualquier cosa menos a ejecutar las obras que el pueblo está esperando.
Pasaron cien días desde que el presidente Pedro Castillo asumió el gobierno y en lugar de celebrar con humildad pretendió convertir la fecha en alarde de obras inexistentes.
Nadie le pide que en tres meses haga lo que otros no han hecho en años. Debemos reconocer que avanzó la vacunación contra el COVID 19 gracias a la llegada de vacunas que Vizcarra nunca compró.
En contra tiene la inestabilidad que dispara el dólar por encima de los cuatro soles y el precio de productos de primera necesidad. Anunció que nadie ganará menos de 248 dólares, pero cuando entró al gobierno el mínimo era 257.
El Bank of América advierte el riesgo de una elevada inflación por lo que el BCR tendrá que endurecer la política monetaria debido a que las políticas gubernamentales están recalentando la economía del país. Para la entidad financiera, las expectativas de inflación están a punto de superar el límite superior de 3% del rango meta del BCR para un plazo de dos años.
La segunda reforma agraria es un titular pretencioso. Lo que necesita el campo es una revolución verde para mejorar su productividad. Eso que hubo en los 60 en México, India y Pakistán y no en el Perú debido a que estábamos ocupados en una revolución roja.
La masificación del gas, ya sabemos, es algo que está en manos del gobierno desde que comenzó Camisea y avanza a paso de tortuga coja.
Castillo se olvidó de su promesa de respetar la meritocracia en las Fuerzas Armadas.
Han sido cien días de confrontación, palabreo, viajecitos, promesas, amenazas y discursos disociadores.
Mejor habría hecho un repaso a las obras que se están ejecutando con la reconstrucción del norte y a las mil obras paralizadas por la corrupción en provincias, que Kuczynski, Vizcarra y Sagasti no pudieron destrabar.
Castillo todavía está a tiempo de hacer un buen gobierno, siempre que esté dispuesto a hacerlo y abandone la retórica en la que incurre empujado por la inercia de su trayectoria sindicalista.
Se agotan sus posibilidades y un oportuno giro de timón puede evitar que sigamos rumbo a ese precipicio del que después será muy difícil salir.