Discurso de Augusto Baertl Montori, en el aniversario de la Sociedad Nacional de Minería.
Desde su fundación como Sociedad Nacional de Minería, un 22 de mayo de 1896, el gremio siempre concentró su gestión en promover las mejores condiciones para el desarrollo de la inversión privada en favor del desarrollo del país. A fines del siglo XIX, el Perú se venía recuperando lentamente del duro revés social, económico y psicológico que había producido la guerra con Chile.
Nuestra economía estaba quebrada, la infraestructura destruida y apenas sobrevivían la agricultura, la minería y el comercio, situación que se agravó como consecuencia de la grave crisis política que se produjo, al vernos enfrentados entre peruanos.
Nuestra institución se funda en esos años, contribuyendo de manera trascendental al proceso conocido en nuestra historia como el de la ‘Reconstrucción Nacional’. Al año de fundada, uno de los primeros encargos que recibió nuestro gremio, fue la creación del Código de Minería, el mismo que vio la luz recién en 1900.
Es gracias a ese trabajo gremial que se produjo la llegada de la Cerro de Pasco Corporation en 1902, con la que esa villa llamada Perú, entró de lleno en la era industrial. Yo nací casi medio siglo después, pero tuve la suerte de vivir y oír desde niño, en mi propia casa,sobre la importancia de la Sociedad Nacional de Minería.
Mi padre, Ernesto Baertl Schutz, fue miembro activo en la Sociedad llegando a la presidencia del gremio en los años 51/52 y 58/59 y, luego, mi hermano Ernesto cumplió, ese mandato en los años 69/70 durante el régimen de Velasco. A fines de los años 40, mi padre se involucró mucho en la actividad gremial a través de la Sociedad y del Instituto de Ingenieros de Minas, especialmente en la elaboración del Código de Minería de 1950, como parte del equipo que lideró Mario Samamé Boggio.
El código fue promulgado el 12 de mayo bajo la presidencia del general Manuel A. Odría, oriundo de Tarma y testigo cercano del desarrollo promovido por la minería en el corredor de la Sierra Central. Detrás de su valiente decisión estaba el objetivo de promover proyectos de desarrollo parecidos en las demás regiones del país, ¡y sí que lo logró!.
Este nuevo código declaró a la minería de interés nacional y aceleró el desarrollo y la modernización de distintos proyectos mineros, como Toquepala y Marcona, e impulsó, bajo su amparo el desarrollo de la pequeña y mediana minería. Empresas como Buenaventura, Milpo, Río Pallanga, Arcata, San Ignacio de Morococha, entre otras, dieron sus primeros pasos durante la década de los años “50”. Es gracias a ese marco normativo, sugerido por el propio gremio minero, que se sucedieron casi veinte años de bonanza y crecimiento para el país.
Fue una época en la que los trabajadores, los empleados y la plana gerencial vivían en el mismo campamento con sus familias, compartiendo además del trabajo en equipo, el espacio del cine, la mercantil o el hospital, y sus hijos eran compañeros de colegio. Esa cercanía y convivencia familiar, se traducía en relaciones de mucha confianza que se trasladaban también al gremio, donde los líderes de las empresas conversaban, hacían análisis de la realidad, tomaban importantes decisiones, creaban estrategias e implementaban planes de acción.
La década de los 70 y los 80 fueron también muy complicadas. Las empresas del sector asumieron el compromiso, sin ambages, de unirse para defender la actividad. Por ejemplo, durante el régimen autoritario de Velasco -luego de estatizar la IPC y expropiar la Cerro de Pasco Corporation y la Marcona Mining Company, creando Centromin, Hierro Perú y Minero Perú- nos obligaron a excluir al sector petrolero, y a no utilizar la palabra ‘Nacional’ en la razón social de nuestro gremio.
Con la recuperación de la democracia en 1980 tuvimos una breve primavera, gracias a la apertura política del Premier Ulloa y del Ministro de Energía y Minas Kuczynski, con quienes fue posible explorar propuestas para el desarrollo por empresas privadas con participación minoritaria del Estado, de yacimientos que dormían el sueño de los justos, como Tintaya, Antamina, entre otros. Sin embargo, el gobierno de Belaunde sucumbió ante las corrientes populistas y estos esfuerzos no prosperaron.
Más bien, las cosas empeoraron cuando se sumaron a nuestra realidad cotidiana, la violencia terrorista, la hiperinflación y el desgobierno de Alan García, hasta finalizar la década. Épocas muy difíciles para el país. Las empresas vivieron en una permanente asfixia financiera y sufrieron muy de cerca la violencia terrorista en sus unidades, donde se asesinó a ingenieros, funcionarios y se destruyó infraestructura. Incluso parte de nuestra sede institucional en San Isidro sufrió destrozos ocasionados por las huestes terroristas. Pero el gremio nunca dejó de dar batalla.
Era una época en la que se participaba en la discusión política a “periodicazos”, y la Sociedad publicaba avisos a toda página, señalando claramente las terribles distorsiones que comprometían el buen devenir del país. Los voceros de la Sociedad aparecíamos permanentemente en los medios sentando la posición del sector minero, haciendo pedagogía y explicando sobre las repercusiones que iban a tener esas malas decisiones, principalmente, en la población más pobre.
Recuerdo que, durante el primer gobierno de Alan García, la Sociedad realizó una intensa campaña ciudadana para resistir el embate populista. Entonces, para la mayoría del país, el futuro era triste y oscuro, pero bajo el lema de saquemos fuerzas de adentro, los miembros de la Sociedad nos unimos e implementamos iniciativas exitosas que ayudaron a generar las condiciones para el renacimiento de la minería y un nuevo periodo de bonanza para el Perú.
Está claro que todo ese trabajo en defensa del sector dio sus frutos en la década siguiente con la dación de la nueva ley de promoción de la inversión en minería cuyo marco conceptual fue propuesto por la sociedad. Al igual que a mi padre y a mi hermano Ernesto, a mí me tocó asumir la presidencia de la Sociedad Nacional de Minería y Petróleo en dos oportunidades, primero en los años 91/92 y luego en los años 99/2000. La globalización, la apertura de nuestras fronteras y el auge del comercio internacional han cambiado el panorama del país.
La mayoría de peruanos hemos comprendido los beneficios que se generan por un régimen que prioriza la libertad económica, la importancia, el rol, el liderazgo de la inversión privada y los que brindan el crecimiento económico y el desarrollo social. Sin embargo, todavía perdura en parte de la población muchas veces manipulada, y otras genuinamente insatisfecha, un discurso populista y destructivo, sin bases técnicas, apoyado en las promesas vacías de personajes demagógicos y destructores.
Ese discurso maledicente y sin fundamento cierto, limitó inversiones desde principios de la década pasada; proyectos que hoy estarían generando riqueza, hoy continúan paralizados, pero no solo eso, ahora también paralizan minas en operación, y destruyen el patrimonio, contando muchas veces con el aval de la facción más incapaz, inmoral e ineficiente del gobierno. Hoy todo el sector minero está en riesgo. Y también el futuro del Perú. No podemos ser presa de la inacción. Ahora es el momento que la Sociedad de Minería, Petróleo y Energía actúe en defensa del futuro de nuestro país.
Dejemos de lado cualquier actitud culposa por lo que no se logró hacer, pongamos en valor lo que sí hemos logrado ejecutar, y por delante, los beneficios que ello le ha traído a todos los peruanos. Identifiquemos una red de aliados en la sociedad civil en todas las regiones, involucrando a las cámaras de comercio, a estudiantes como los amautas mineros, a los emprendedores, a los medios de comunicación, entre otros.
Hoy nos toca nuevamente sacar fuerzas de adentro, difundir con agresividad nuestra verdad, exigir el respeto al marco legal vigente y liderar un esfuerzo para vincularnos directamente con la ciudadanía para recuperar el orgullo minero e impulsar un nuevo proceso de revalorización de la minería por parte de todos los peruanos. No es una tarea fácil, pero lo bueno es que ese fuego está en el ADN de nuestro gremio.
Con la misma pasión con la que construimos obras monumentales, con la misma persistencia con la que creamos empleo a más de 4,000 metros de altura, allí donde casi no llega el estado, con el mismo esfuerzo con el que mejoramos la calidad de vida de las comunidades de nuestro entorno; defendamos el futuro de nuestra actividad minera y de nuestro querido país. Hagámoslo con orgullo. Unidos sí podemos. Muchas gracias.