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sábado, noviembre 23, 2024

RECORDANDO AL TIGRE

Le puse de nombre Tigre a uno de los primeros gatos que adopté siendo niño y es muy probable rescaté del despacho de los Basili, que así le llamaban a la tienda de abarrotes en la esquina de la cuadra 8 de la avenida Bolognesi.

Ahí tenían a la Romana, creo que así se llamaba la enorme gata de colores blanco, negro y naranja, les dicen calicó y se las ingeniaba para, cada unos pocos meses, parir montones de gatitos de distintos colores en los cajones del mostrador .

La gata era útil para combatir la posible llegada de roedores frecuentes en el río Caplina, entonces sin canalizar y de los alrededores del mercado “La recova”, sin remodelar.

Tigre fue un amigo muy cercano que me esperaba a la llegada del colegio para darme la bienvenida escondido en los lugares menos pensados. A veces dentro del lavadero, tras una escoba, una puerta o en una silla. Esperaba que pase por ese lugar para saltarme a la espalda y darme el susto de todos los días.

Acostumbraba dormir en el pequeño espacio libre del muro de la ventana de mi cuarto, estirado cuan largo era y con las patas colgando al aire con el riesgo de una caída que podía resultar mortal, estábamos en un tercer piso.

Desee ahí veíamos juntos el juego de las niñas vecinas como las hermanas Salas, Cornejo, Cárcamo o Valdez. Era un concurso de princesitas que alegraban el vecindario.

Todavía no habían inventado las galletas para perros y gatos de modo que Tigre se acostumbró a comer de todo y no era como la Pichicha que tengo ahora, que solamente come galletas y de una marca determinada, no cualquier galleta.

El fin de Tigre fue inesperado, insospechado, triste. Lo llevamos a la temporada de verano en la Boca del Río. No lo podía dejar solo en las 200. Estuvo apenas un par de días, escondido y asustado en mi cama, oculto entre las sábanas hasta que se le ocurriría salir, buscando el camino de regreso a casa y no lo volví a ver nunca más.

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