Virgilio Zanatta Lassarin era un italiano gritón, como suelen ser los italianos en las películas y a veces en la vida real, como en este caso. Abrió un restaurante de pastas frente a las 200 casas, en Tacna y muy pronto se convirtió en sitio obligado para los que disfrutan de la buena comida.
El mismo se encargaba de elaborar los ravioles con asado, que siempre fue su plato fuerte y también los tallarines y el secreto estaba en la salsa bolognesa, con bastante carne molida, pasta de tomate, orégano, cebolla, zanahoria, pimiento, ajo, hongos, laurel, sal, azúcar, aceite de oliva y cocinada con abundante vino tinto. Creo le agregaba trozos de carne de chancho para enriquecer su sabor.
Al momento de servir los platos, que él mismo también llevaba a las mesas, los rociaba con queso parmesano rallado. Sus precios eran cómodos y algunas familias estilaban cargar viandas para sus casas con estos deliciosos potajes, mediante un sistema similar al delivery tan de moda en estos días.
La comida italiana gusta a todos, es saludable y a diferencia de la china no necesitas ser experto para escoger entre la variedad de platos preparados en base a sus pastas. Las pizzas dominan el mundo de la comida rápida.
El buen Zanatta vestía siempre un mandil blanco salpicado de manchas de comida, una versión ligth de Luciano Pavarotti y practicaba un estilo muy suyo que es el diálogo franco, directo y amable, su sonrisa era sincera y no sabría decir si sigue vivo, aunque por cuestión de edades ahora sería muy anciano.
Recibí una foto del restaurante enviada por mi buen amigo Walter Padovani, ahora está cerrado, luce abandonado supongo por razón de la pandemia, pero tal vez algo ocurrió antes de comenzar la peste.
El restaurante de Zanatta tenía su mayor movimiento al mediodía, pero también era visitado en las noches por parejas y familias seducidas por el encanto de su buena cocina.