Como ocurre siempre con la muerte se lleva en silencio a los amigos y me deja con el dolor de no haberle dedicado todo el tiempo que debía. Lo conocí a poco de llegar a Trujillo y mantuvimos una amistad de 20 años, que continuó aquí en Lima y aunque nos veíamos muy poco, esas pocas veces fueron para retomar conversaciones que generalmente aludían a su esposa María Consuelo, fallecida poco antes de conocernos.
Rafael me contaba de lo maravilloso que cantaba el Gloria y el Ave María, con esa voz de soprano que estremeció los antiguos templos trujillanos. Cuando la conoció dejó el basquet, donde destacó gracias a su buena estatura para dedicarse a ella con alma, vida y corazón y por lo que pude conocer la amó con esa pasión imposible que recuerda a Barreto, más allá de la muerte.
Rafael era activo dirigente del Club Pacasmayo, en Trujillo y después en Lima y le ponía empeño a las reuniones con sus paisanos para promover actividades en favor de su provincia que, como ocurre en todo el país, sufre el abandono de los gobiernos centrales y también regionales.
Estuve una tarde en su departamento de la Av San Borja Norte y no pudimos repetir la experiencia debido a compromisos laborales que me distrajeron por completo. También en el Club Pacasmayo, en Surco, por la Av. Caminos del Inca y finalmente fue cerca de un mercado que ambos frecuentábamos que podíamos volver a conversar de los gratos momentos vividos en Trujillo.
Estaba leyendo El Comercio cuando me di con la ingrata noticia de su muerte, que hoy deben estar llorando sus hijos queridos. Ellos deben saber que por fin volverá a encontrarse con el amor de su vida, con María Consuelo, que lo estuvo esperando en el cielo que es a donde van las almas buenas como Rafael.
Está muerto, le mataron el dolor y el desconsuelo:
no halló aquí a su prometida y buscarla se fue al cielo…
¡Ya está juntos! una tumba es la tumba de los dos…
(Federico Barreto)