Es uno de los primeros dichos que aprendemos desde niños y lo usamos para ocupar el lugar que alguien tuvo que dejar para atender algo que lo obliga a moverse del sitio. Se usa para responder a quien ha dejado vacante una plaza y pretende recuperarla después de su ausencia.
Como la mayoría de dichos que persisten en el tiempo, la frase tiene su origen en España y al comienzo no se refería a ninguna villa sino a Sevilla, la cuarta ciudad más poblada de la madre patria, capital de Andalucía.
Los conocedores cuentan la historia de un cardenal, Alonso de Fonseca, que tenía un sobrino del mismo nombre y a quien protegía y por ir en su auxilio intercambia lugares. Dejaba momentáneamente la sede de Sevilla por rescatar en Santiago de Compostela el obispado que inicialmente resultó rebelde al sobrino.
Arreglados esos asuntos y al regresar a Sevilla, es el sobrino quien le dijo que había perdido su silla. El tío tuvo que cuadrar al sobrino rebelde y lo devolvió a Compostela.
Algo así le debe haber ocurrido al cardenal Juan Luis Cipriani Thorne arzobispo emérito de Lima y miembro del conejo de economía de El Vaticano. Se fue a Roma y poco, casi nada sabemos ahora de él, desde que fue reemplazado por Carlos Castillo Mattasoglio.
El juego de las sillas de los ministros que se van a buscar otros rumbos es mucho más rápido, a veces se enteran de su salida minutos previos a la juramentación de su sucesor. Cerca de cien en los primeros meses del gobierno del profesor Castillo.
En el trono de la presidencia el relevo, en teoría, debería ocurrir cada cinco años, pero últimamente se han empeñado en hacer periodos breves que pueden ser de menos de un año.