El gobierno no permitirá de ninguna manera que asuma otro que no sea Castillo, me dijo ayer un amigo, al advertirme si entra gente diferente o distante de la argolla caviar, correrían el riesgo que se ventilen las corruptelas e incompetencias de varios años, de distintos gobiernos.
Por eso los caviares apoyan al lapicito y buscan aislarlo de Cerrón, e intentarán encerrarlo para despejar la cancha y seguir con el mismo manejo que tienen también del sistema judicial y electoral.
Si entra un gobierno distinto, como el de Keiko, quedarían expuestos, entre otros, los promotores de las revueltas que llevaron a Sagasti a Palacio, los defensores de Odebrecht, los cómplices de la mafia brasileña del Foro de Sao Paulo.
Apoyan a Castillo las empresas constructoras, embarradas en los enjuagues del caso Lava Jato, con jueces y fiscales, ex ministros y congresistas, notarios y periodistas que bailaron samba al ritmo del Foro de Sao Paulo.
El jurado no da su brazo a torcer porque sabe que se desarmaría el fraude y ellos mismos, junto a los organizadores de la patraña, irían con sus huesos tras las rejas.
No permiten ver las pruebas del delito, no quieren comparar las firmas suplantadas, ni las de los muertos, ni revisar esas sumas y restas digitadas por la corruptela enquistada en el poder electoral desde hace años.
Un gobierno lejano al poder actual pondría en peligro sus jugosos sueldos, miles de caviares perderían asesorías, consultorías y gollerías a las que están acostumbrados desde hace varios presidentes.
Un gobierno distinto a Castillo modificaría inmediatamente los reglamentos que atan de manos a policías y a las fuerzas armadas y podría acabar en corto tiempo con la amenaza de espartambos, etnocaceristas y un sector equivocado de ronderos.
Un gobierno distinto al caviar investigaría en los ministerios de salud y economía los gastos de la epidemia, el oxígeno y las camas UCI, los hospitales de emergencia, las vacunas chinas y la penetración caribeña.
Caviares y jureles están enfrentados por una torta pequeña que al paso que vamos se acabará muy pronto. Se agota el billete, se dispara el dólar y dibuja en el horizonte la escasez y especulación de artículos de primera necesidad.
Los sectores más pobres, como es costumbre, pagarán los platos rotos de un gobierno que antes de entrar arrastra una huella indeleble de vínculos con el narcoterrorismo.