“Herodes mandó a Pilatos, Pilatos mandó a su gente y el que presta en este día pasará por inocente” era la frase con la que comenzaban las bromas matinales en mi infancia cada 28 de diciembre.
Se trataba de un juego que podía despertar reclamos y protestas de quienes fueron sorprendidos, pero jamás dejaban de ser solamente eso, simples bromas que terminaban con la devolución de lo prestado y una sonrisa conciliadora.
Alguna vez me prestaron una gran oreja de jebe que colocaron sobre una de mis orejas que no son pequeñas y entré a mi casa simulando llorar. Mi madre casi se desmaya del susto.
Una profecía advertía que días previos al 28 de diciembre nacería el verdadero rey de los judíos, el mesías, el salvador enviado por Dios y anunciado por los profetas para liberar al pueblo de Israel del orden establecido.
Por eso Herodes, temeroso de ser despojado de su trono ordena matar a todos los niños menores de dos años. Nadie más inocente que un niño recién nacido.
Los reyes magos, los sabios de Oriente, hicieron inocente a Herodes al no regresar ni cumplir con el encargo de informarle quién era esa criatura que había nacido enviado por Dios.
Los reyes magos escogieron otra ruta para no tener que volver a ver al cruel gobernante que pecó de ingenuo al confiar en esos viajeros.
La ingenuidad es parte de nuestra idiosincrasia que nos hace creer en promesas como aquella que no habrá más pobres en un país rico , mientras vemos cómo sucede todo lo contrario.