Estaba muy equivocado cuando conocí alrededor de 80 islotes de totora que parecen construidos más para curiosidad de turistas que para descendientes de la milenaria cultura Uros, que están desde antes de la existencia del imperio de los Incas.
Y aunque anteriormente visité Puno nunca había tenido la oportunidad de conocer la isla de Taquile, a la que se llega luego de navegar largo tiempo por el inmenso lago. Tiene un largo de más de 5 kilómetros y un ancho de kilómetro y medio con más de dos mil habitantes.
Pero no es la isla más grande debido a que hay otra que se llama Amantani, circular con una extensión de cerca de diez kilómetros cuadrados, habitada por cerca de cuatro mil habitantes.
Y más grande aún es la isla del Sol que tiene una longitud de diez kilómetros de largo por cuatro y medio de ancho, aunque con mil 700 habitantes.
Yeso es apenas un detalle del lago navegable más alto del mundo. Existen diversos lugares de la extensa geografía puneña con paisajes impresionantes, sorprendentes que por momentos me dieron la impresión de haber sido extraídos de un libro de cuentos.
Es tal vez por la brutal riqueza de sus paisajes que su vestimenta típica presenta una variedad de colores intensos como los que abundan en cielos de frio amanecer junto al lago.
Los españoles los llamaron los aimaras y así es como se conoce el idioma que preservan con el mismo celo que mantienen la música y los bailes
típicos que los coronan como la capital del folklor americano.
La ciudad de Puno fue fundada por los españoles un día como hoy, el 4 de noviembre de 1668 por el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro.
Al saludar a los puneños en su día rindo homenaje a mi colega y gran amigo Russo Américo Núñez Calsín, fallecido este año, quien en su emisora La Voz del Altiplano fue un duro fiscalizador de sus autoridades.