En el agrupamiento 28 de agosto, más conocido como las 200 casas, en Tacna, pasé toda mi niñez y como la vida de todos los niños es diversión, dedicado a entretenimientos colectivos, juegos de grupo que la modernidad ha ido desapareciendo o tal vez siguen ahí, esperando que volvamos.
La ausencia del televisor nos premió con más tiempo para la lectura de revistas, comics, publicaciones con dibujos de variados personajes, mundos de fantasía que luego tratamos de imitar. Nos inspiraban juegos de policías y ladrones,”los jóvenes”, que terminaban con la captura de ”los malos”.
Había que corretear por jardines entre bloques de viviendas, entre maceteros, geranios, pinos, rosales, álamos, eucaliptos, olivos y un chirimoyo, entre escaleras de edificios de tres pisos, en pasillos que se convertían en escenario y refugio de las correrías,. Cualquier lugar era bueno para esconderse unos pocos segundos, a veces con pistolas de plástico y otras con una pequeña rama que hacía de colt 45, para disparar contra el adversario, imitando el silbido de las balas. Piiiiusss, bang, bang…
– Te dí, gritaba el policía.
– No – respondía el bandido- me agaché y pasó por arriba.
Y continuaba la tenaz persecución, correteo a gran velocidad y la imaginación nos trasladaba a bosques lejanos, montando enormes caballos y entonces se convertía mágicamente en escena de cowboys, en el lejano oeste, con el Llanero Solitario montado en su fiel “Plata”, el piel roja “Toro” y su potro “Pinto”.
EL Zorro, Búfalo Bill, Hopalong Casidy y Roy Rogers eran algunos de nuestros héroes. Atiza, recorcholis, cáspita, diantres, pardiez, rayos y centellas formaban parte de una lengua en peligro de extinción.
Con el coronavirus es difícil ese juego por lo complicado que resulta distinguir entre buenos y malos. (16-05-20)