Entre los compañeros de estudios, compañero de salón, que conocí en el 4to de secundaria en el Colegio Champagnat hubo un colorado, rubio, que le decían Piepie, supongo por el acento chileno que no podía eliminar y tengo entendido era judío, tenía dos hermanos menores, gemelos, colorados como él.
Le sudaban las manos al extremo de necesitar un pañuelo sobre el papel en el que escribía, especialmente en los exámenes, que era cuando más sudaba. Los médicos le llaman hiperhidrosis focal, no se contagia y afirman suele ser hereditaria, no se sabe mucho de este mal, pero ya encontraron cómo curarlo.
Al hablar entre amigos fácilmente subía el tono de voz y así, sin querer, llamaba la atención, aunque su intentaba siempre todo lo contrario, procuraba pasar desapercibido, con perfil bajo.
Estaba en el grupo de los más altos de la clase, aunque eso, como a mi, no le servía mucho para practicar deportes como el basketball que requiere de movimientos ágiles, alta velocidad, pero insistía, corría, saltaba y se empeñaba en no quedar mal parado.
Era de temperamento tranquilo, aunque podía molestarse rápido, al primer asomo si alguien pretendía gastarle alguna broma, tan comunes entre adolescentes.
Su padre, entre otros negocios, era dueño de casas o cuartos que alquilaba en el barrio Alto de Lima, que vendió cuando dejaron Tacna a fines del año 1966. Entonces la ciudad no era ni la mitad de lo que es hoy, ha crecido mucho y esa teoría de la explosión demográfica resultó absolutamente cierta.
Kantar se fue de Tacna para seguir un peregrinar con el que nació, creció y ojalá se detuvo en España, que es el último lugar donde supe que vivía.
Alguien de la primera promoción me contó hace buen tiempo que tuvo contacto con Piepie, que lo imagino igual de colorado, más gordo, sonriente y atento a lo que hacen sus nietos, igual de coloraditos.(FOTO CORTESIA DE LUTY SANDOVAL).