Ingresar a Palacio de Gobierno es casi como el aeropuerto, antes de la epidemia. Debes colocar en un depósito todos los objetos de metal, llaves, teléfono y monedas y pasar por un arco de seguridad con detector de metales.
Los teléfonos quedan retenidos hasta la salida después de hablar con el funcionario que permitió el acceso. En los 80 ocupé, por una breve temporada, una oficina en el segundo piso, aparentemente sin uso durante los 12 años del gobierno militar; tenía una gran ventana al Jr. de la Unión o calle Palacio y en el interior daba a un pasillo desde el que se apreciaba un jardín con la higuera de Pizarro, supuestamente plantada por el conquistador.
El ingeniero Enrique Paredes (fallecido recientemente) me invitó a escribir sobre Cooperación Popular, empeñado en rescatar costumbres andinas que florecieron en el incanato.
La cooperación popular no tiene ni puede tener color político, decía Belaunde, significó los caminos del inca, los tambos y andenerías, Sacsahuamán, Ollantaytambo y Macchu Picchu.
Fue una breve temporada en la que reuní suficiente material para escribir los guiones de varios documentales para televisión, que pudimos realizar con Vlado Radovic.
Volví a visitar este palacio varias veces, durante la presidencia de Alejandro Toledo, en las que pude apreciar la belleza de salones como el Sevillano, el Mariscal Cáceres y el Almirante Miguel Grau, con grandes óleos, muebles de madera labrada y enormes arañas hechas en Checoslovaquia. Raramente los muestra la televisión, como ocurre con el Salón Dorado o el Túpac Amaru.
El presidente Alejandro Toledo intentó sin éxito rescatar el empeño de Belaunde, por promover la ley de la hermandad, nunca escrita y según Garcilaso, hacía que las comunidades salieran a resolver, conjuntamente y con esfuerzo desinteresado, los problemas comunes.
Toledo aparentemente entendió que esa ley podría ser la más eficaz para construir ese enorme monumento que necesita el Perú, que es el de la unidad nacional.