Suena como al nombre de una mítica ciudad de tesoros fabulosos de los cuentos que narraba Sherezade , pero no es cuento ni está tan lejos de merecer un capítulo en el libro de los grandes sueños.
El Gran Pajatén existe y es un conjunto de construcciones escondidas en la selva entre los ríos Marañón y Huallaga, allí donde se acaba la región La Libertad, en el límite con la región Amazonas, en el Parque Nacional de río Abiseo.
Eduardo Peña Meza fue su descubridor hace muchos años, a principios del siglo pasado y muy poco se pudo hacer hasta que una universidad norteamericana se interesó por el hallazgo, recién a fines del segundo gobierno de Fernando Belaúnde, cuando inició en la zona un proyecto de investigación que llamó la atención nacional.
Los medios de comunicación enviaron pronto misiones a la zona y la publicidad fue tan grande que comenzaron pronto a planificar su explotación turística.
Todo el alboroto ocasionó que la presencia de numerosas personas, en un lugar que no había recibido humanos durante siglos, comience a resentirse, debido a que estas ruinas de la cultura Chachapoyas son sumamente frágiles y sufrieran daños que pudieron en peligro su conservación.
Las autoridades de tuvieron la ola de curiosos y actualmente se requiere de permisos especiales para acceder a la zona. No está permitido el ingreso al parque y los profesionales responsables aguardan seguramente una inyección financiera para abordar con nuevos bríos el proceso de restauración antes de volver a intentar su apertura al turismo.
El Gran Pajatén no es un sueño, es una realidad que estamos obligados a cuidar y proteger, pero de ninguna manera a olvidar.
En los primeros años de la conquista entregaban en una suerte de concesión el saqueo de sus riquezas, pero no alcanzaron a destruir la inmensidad de lo que fue una gran ciudad habitada por los gobernantes de un imperio en la costa norte del Perú.