El estrepitoso fracaso del comunismo criollo en la llamada Toma de Lima debería convencerlos de la necesidad de revisar sus pretensiones políticas. Tres mil wachiturros no pueden exigir cambiar el gobierno, disolver el congreso e imponer una dictadura socialista.
Lima es una ciudad de doce millones de habitantes, poco más de un tercio del electorado nacional y acababa de votar por un alcalde conservador, mientras el partido del castrochavismo apenas pasó el uno por ciento.
Por eso recurrieron al gastado expediente de los cuatro suyos y tendrán que aceptar que solo tienen influencia en uno, en el sur. Los otros tres se abstuvieron.
Tres camiones, veinte ómnibus y medio ce tenar de camionetas apenas alcanzan para menos de una cuadra de manifestantes en la avenida Abancay y eso es muy poco.
La desesperación de haber perdido el gobierno, por la suicida decisión de Castillo y su fallido golpe de Estado los agarró con los pantalones abajo. No hubo tiempo para organizar una algarada más grande.
Algunos de sus líderes gozaban de las veleidades burguesas, los placeres del poder, de la servidumbre doméstica, de ganar sin trabajar y no pudieron reaccionar ante la circunstancia.
Se jugaron las pocas cartas que tenían a la mano y perdieron. Del paro nacional solo quedó un titular en el papel. El pueblo quiere trabajar y así lo hicieron saber los comerciantes de Gamarra y de Mesa Redonda, los vendedores de los mercados y de los malls, los transportistas urbanos, comedores y restaurantes, la burocracia pública y privada.
Apenas un día les duró lo de las marchas diurnas y optaron por salir de noche para seguir lanzando piedras contra policías en inútil intento por romper el cerco que protege el congreso, objetivo de sus pirómanas manifestaciones.
Algunos dejaron sus tierras para hace r bulto en la marcha ahora piden limosna para regresar por donde vinieron, alegan que los abandonaron a su suerte.
Los que arrojaron piedras y pirotécnicos están fotografiados, debidamente identificados comenzarán a ser capturados para explicarle a los jueces la razón de su agresión. Más de uno terminará tras las rejas por una Toma de Lima que nunca llegó a ocurrir.