Hablaba siempre en voz alta, para que se entienda bien claro lo que estaba diciendo, característica elemental de las personas que se dedican a las ventas y eso de la publicidad en una ciudad pequeña como Tacna de los 70, significaba un desafío difícil, complicado.
Olaya Ovalle se casó con un señor Banchero y ese apellido es de una familia relativamente pequeña, todos son parientes, por lo que nuestra Jefe de publicidad resultaba cercana al fundador de la empresa y de sus herederos.
Me contó hace poco, después de muchos años de haber trabajado juntos en Correo, que fue alumna de mi padre en el Colegio Bolognesi, que se convirtió en Gran Unidad Escolar.
Los pocos negocios que se atrevían a contratar propaganda lo hacían más por el empeño e insistencia de Olaya, que por la confianza en mejorar la salida de sus productos o imagen de sus servicios.
Entonces Olaya ideaba suplementos por cuanta festividad se le ocurría, que día de la madre, del padre, del colegio, de la batalla, de la patria grande y de la chica, del distrito o de la provincia, de Navidad y de Año Nuevo.
Los ingresos por publicidad, en ese tiempo, constituían una fuente importante de la gasolina necesaria para que camine el periódico y las entidades públicas no disponían de recursos para estos propósitos, como en estos días.
A ella le debemos en gran parte que pese a todos los obstáculos que aparecían en el camino, Correo salía puntualmente a la venta, todos los días, para cubrir una necesidad de información que las nuevas generaciones encuentran hoy en el teléfono.
La recuerdo preocupada y apurada, revisando en talleres cada aviso, que debía salir perfecto, sin ningún error y con la calidad de imagen que los clientes exigen.
La recuerdo alegre y sonriente y desde estas líneas le hago llegar mi saludo, siempre respetuoso y cariñoso a una mujer trabajadora, ejemplar y a toda su querida su familia.