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miércoles, abril 2, 2025

MÁXIMO SAN ROMÁN

 

Es uno de esos raros casos de personas que la historia les escogió un lugar que no pudo ocupar, juró como presidente de la república, pero no volvió a recorrer los salones que había caminado junto a Fujimori, se llama Máximo San Román Cáceres, ingeniero mecánico, exitoso empresario y político peruano, nació el 14 de abril de 1946 en el distrito de Cusipata, provincia de Quispicanchi, Cusco.

Su vida ha estado marcada por una dedicación constante al desarrollo industrial y a la lucha por la democracia en un contexto político complejo. A lo largo de su carrera, ha ocupado importantes cargos que reflejan su compromiso tanto con el sector empresarial como con la política, siendo reconocido por su firme oposición a regímenes autoritarios.

San Román completó sus estudios primarios en la Escuela Fiscal n.º 729 de Calca y continuó su educación secundaria en el Colegio San José de La Salle del Cusco. Su interés por la ingeniería lo llevó a ingresar a la Escuela Nacional de Ingeniería Técnica (actualmente parte de la Universidad Nacional de Ingeniería), donde se graduó en 1970 como ingeniero mecánico.

Al culminar su formación académica, se incorporó al Centro de Tecnología Industrial del Ministerio de Industria y Comercio como docente. Esta experiencia educativa cimentó su conocimiento técnico y su capacidad de liderazgo en el ámbito industrial. De 1971 a 1979, ocupó el cargo de gerente de producción en Industrias Royal SA, una etapa que le permitió adquirir experiencia valiosa en la gestión empresarial.

En 1979, impulsado por su espíritu emprendedor, fundó Industrias SA, una empresa dedicada a la metalmecánica. Este emprendimiento marcó el inicio de su trayectoria empresarial, la cual se consolidaría en los años siguientes con la creación de Nova Perú en 1980, empresa que se especializó en maquinarias para la industria alimentaria, y cuya presidencia ejerció hasta 2016.

Su liderazgo no solo se limitó a sus empresas, ya que San Román asumió diversos roles en organizaciones industriales. Fue presidente de la Asociación de Pequeños y Medianos Industriales del Perú (APEMIPE), de la Federación Nacional de la Pequeña y Mediana Industria del Perú (FENAPI), así como del Fondo de Garantías para la Pequeña Industria (FOGAPI) y del Fondo de Promoción para la Pequeña Empresa Industrial.

Durante el primer gobierno de Alberto Fujimori (1990-1992), ocupó el cargo de primer vicepresidente de la República, además de presidir el Senado entre 1990 y 1991 y ser elegido congresista desde 1995 hasta 2000. Su papel en el gobierno de Fujimori lo colocó en una posición privilegiada para influir en la política nacional; sin embargo, este escenario también le enfrentaría a decisiones críticas.

El 5 de abril de 1992, Fujimori llevó a cabo un autogolpe que disolvió el Congreso de la República y otras instituciones del Estado. En ese momento, San Román se encontraba en la República Dominicana, pero su reacción fue inmediata: advirtió sobre las graves consecuencias que esta acción tendría para la democracia en Perú. Fue uno de los primeros en señalar la presencia de figuras siniestras en el círculo cercano a Fujimori, destacando nombres como Vladimiro Montesinos.

San Román no se limitó a expresar su preocupación desde el extranjero; realizó gestiones diplomáticas en Estados Unidos ante el Departamento de Estado y participó en reuniones de cancilleres de la OEA en Washington D.C.

Una de las acciones más simbólicas de su oposición al régimen fujimorista fue su juramentación como presidente de la República tras el autogolpe. El acto tuvo lugar en el Colegio de Abogados, donde San Román recibió la banda presidencial perteneciente al expresidente Fernando Belaúnde. Este gesto fue un acto de resistencia política, una afirmación de la legitimidad de las instituciones y un desafío directo al régimen de Fujimori.

A pesar de que esta acción no fue reconocida ni por el Ejército ni por la comunidad internacional, San Román mantuvo su posición simbólica hasta el 6 de enero de 1993, momento en el cual se desvanecieron las posibilidades de un retorno inmediato a la institucionalidad democrática. No obstante, su valentía al asumir una postura tan crítica ante un líder autoritario valió su reconocimiento como uno de los políticos de oposición más prominentes de la época.

Su participación en el Congreso, así como su liderazgo en distintas organizaciones de la sociedad civil, le permitió continuar luchando por los derechos de la ciudadanía y el restablecimiento de la democracia.

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