Esta frase pide a gritos explicación. Hubo en Moquegua un ricacho nombrado D. Cristóbal Cugate, a quien su mujer, que era de la piel del diablo, hizo pasar la pena negra. Estando el infeliz en las postrimerías, pensó que era imposible comiese pan en el mundo hombre de genio tan manso como el suyo, y que otro cualquiera, con la décima parte de lo que él había soportado, le habría aplicado diez palizas a su conjunta.
Es preciso que haya quien me vengue -díjose el moribundo- y haciendo venir un escribano, dictó su testamento, dejando a aquella arpía por heredera de su fortuna, con la condición de que había de contraer segundas nupcias antes de cumplirse los seis meses de su muerte, y de no verificarlo así era su voluntad que pasase la herencia a un hospital.
«Mujer joven, no mal laminada, rica y autorizada para dar pronto reemplazo al difunto -decían los moqueguanos-, ¡qué gangas de testamento!». Y el dicho pasó a refrán. (De “A la cárcel todo Cristo” de Ricardo Palma).