Se le recuerda simplemente como Manuel Candamo, fue una figura prominente en la política peruana del siglo XIX. Nacido en Lima el 14 de diciembre de 1841 y fallecido en Arequipa el 7 de mayo de 1904, su carrera estuvo marcada por importantes contribuciones al desarrollo político y económico del país.
Desempeño diversos cargos hasta presidente en dos ocasiones: primero, como líder de una Junta de Gobierno en 1895, y luego como presidente constitucional entre 1903 y 1904.
Perteneció a una familia adinerada, lo que le permitió acceder a una educación que le sería útil en su vida política. Su padre, Pedro González de Candamo, militar que llegó al Perú durante la Expedición Libertadora de San Martín fue un destacado empresario, especialmente durante el auge del guano, convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de su época.
Manuel se encontró en una posición complicada tras la muerte de su padre; sus hermanos lo excluyeron de la herencia y se mudaron a Europa para disfrutar de la riqueza heredada. Esta exclusión marcó una parte significativa de su vida y probablemente influyó en su impulso por ganar reconocimiento y poder dentro del ámbito político peruano.
Candamo inició su carrera política en el marco de un contexto convulso, marcado por la guerra con Chile y la inestabilidad política interna. Durante la defensa de Lima contra las fuerzas chilenas, participó como soldado, lo que evidenció su compromiso con el país. Posteriormente, su carrera comenzó a tomar forma cuando se unió al Partido Civil en 1872, donde tuvo un rol decisivo en la promoción de reformas económicas, incluyendo la creación del Banco del Perú.
En 1876, ocupó interinamente la Alcaldía de Lima, luego elegido senador en varias ocasiones entre 1886 y 1902, destacándose como presidente de la cámara en múltiples legislaturas. Su llegada al Senado estuvo acompañada de conflictos políticos, especialmente con relación a la firma del contrato Grace, que buscaba otorgar concesiones a empresas extranjeras bajo la premisa de recuperar sus inversiones por la guerra. Candamo, desde su posición privilegiada, abogó constantemente por el interés nacional, oponiéndose a cualquier acuerdo que pudiera comprometer la soberanía peruana.
El triunfo de la revolución cívico-demócrata de 1894-1895 significó un cambio radical en el panorama político peruano. La renuncia del presidente Andrés A. Cáceres llevó a Candamo a asumir la presidencia de la Junta Provisional de Gobierno. Este período estuvo marcado por tensiones políticas y la lucha por establecer un orden democrático tras años de gobiernos autoritarios. Aunque no buscó la presidencia bajo condiciones ideales, su papel fue decisivo para la transición política hacia un nuevo régimen.
Las elecciones resultantes llevaron a Nicolás de Piérola al poder, quien instituyó lo que se conoce como la República Aristocrática, un sistema que favoreció a las élites económicas y políticas del país. Durante su breve mandato como presidente constitucional desde 1903 hasta su muerte en 1904, Candamo enfrentó problemas graves de salud que limitaron su capacidad de gobernar.
Candamo fue un hombre de acción, un político que buscó la unión y el fortalecimiento de movimientos cívicos en un contexto de extrema polarización. Su capacidad para formar alianzas, incluso con antiguos adversarios políticos, como en el caso de la Coalición Nacional contra el gobierno de Cáceres, demuestra su pragmatismo y adaptación.
Como miembro del Club Nacional y del Club de la Unión, promovió iniciativas que buscaron el crecimiento del país a partir de una economía más diversificada y estable. A pesar de su herencia familiar, su vida política se caracterizó por su deseo de contribuir al bienestar de la nación.
Su exclusión de la fortuna familiar y sus relaciones con las élites le otorgaron tanto apoyo como crítica. La percepción pública de Candamo como un representante de la oligarquía aristocrática contrastaba con su imagen de reformador progresista, creando una tensión permanente en su legado.
Candamo representa una figura compleja en la historia política del Perú. Experimentó la ambición, la lucha por el poder y el anhelo de justicia social. A pesar de los obstáculos que enfrentó, su determinación y compromiso con el país fueron innegables. En el contexto de la historia peruana, su figura resuena como un símbolo de los intentos de crear un estado más justo y representativo.
Su muerte en 1904 cerró un capítulo en la política peruana, pero sus ideales y su lucha por una democracia más participativa continúan siendo relevantes hoy en día. En la memoria colectiva del Perú, permanece como un ejemplo de cómo la política se entrelaza con la historia personal, y cómo los desafíos de una nación pueden marcar la vida de quienes buscan moldear su destino. Así, su legado trasciende su tiempo, ofreciendo lecciones sobre liderazgo, integridad y la búsqueda de un futuro mejor.