Rey de Castro, como Archibald, llamaba la atención por su cabello rubio y crespo y su piel blanca, extremadamente blanca, ese tipo de piel que sufre cuando recibe directamente los rayos del sol. Supongo equivocadamente se trata de algún moderado tipo de albinismo, categoría que no existe en la clasificación médica y es que parecía
que carecen de pigmentación en los ojos, la piel y el pelo.
Me contó que nunca se le ocurrió dejarse crecer la barba hasta que lo deportó Velasco y dejó de afeitarse en Panamá. En Arequipa conocí a su madre, una señora piadosa, muy amable y cariñosa, igualmente blanca, extremadamente blanca, como la nieve
.
No practicaba ningún deporte, no necesitaba, no le hacía falta, estaba siempre en movimiento, no podía sentarse tranquilo cuando jugábamos ajedrez, de pronto se ponía de pie, caminaba de un lado a otro para encender un cigarrillo, buscar un cenicero, hacer la llamada telefónica que olvidó en la mañana, tenía que estar siempre en movimiento, hiperquinético dicen los sicólogos, como los niños que padecen una inquietud constante, que tienen que moverse, desplazarse todo el tiempo, que se distraen fácilmente.
Contrariamente a lo que ocurre con los albinos y a riesgo de complicar su salud, se exponía al sol en los campeonatos de fulbito, vóley o natación y a diferencia de quienes padecen de hiperquinesis, era sumamente ordenado con sus cosas y especialmente con sus ideas.
Era el típico periodista enterado o medianamente informado de todo y de todos, preguntaba como policía y confrontaba datos, fechas, nombres y circunstancias.
Para que hacer las cosas bien si la puedes hacer mal, era una especie de maldición gitana que resumía su más destemplado llamado de atención. Falleció en abril del 2016, pero antes compartimos otras aventuras periodísticas en Lima y Cajamarca.