No recuerdo quien fue la última persona que vi lavarse la cabeza con quillay cuando vuelven a mi mente imágenes de esa corteza que vendían laminada, como la cáscara que se desprende de los troncos de los eucaliptos. Se le conoce también como corteza Panamá o palo jabón.
A diferencia del eucalipto, tiene mucha fibra, compacta, que al entrar en contacto con el agua y agitarse, produce abundante espuma y con esa agua tibia es que se hacía aquello que hoy conseguimos fácilmente con cualquier champú.
No existe mejor remedio para combatir la caspa y la seborrea, hasta estos días, que lavarse la cabeza con quillay, debido a que tiene abundantes saponinas, que son compuestos a los que se atribuye propiedades antiinflamatorias, antioxidantes, anticancerígenas, inmunoestimulantes, citotóxica y antimicrobianas.
Me vino este recuerdo conversando con un amigo sobre la falta de champú en sociedades como la de Chile de Allende, Venezuela de Maduro y Cuba de hace 60 años.
La producción ó importación de productos de higiene como es el champú, jabones, desodorantes, perfumes o talcos, entre muchos otros, ocupan los últimos lugares de preferencia en los listados de gobiernos estatistas.
Las experiencias comunistas han demostrado en Chile, Venezuela y Cuba que ningún fabricante se atreve a producirlos por las regulaciones, control de precios y economías quebradas que hacen imposible la importación de insumos.
Dirán que no hay divisas ni para comida y mucho menos para productos suntuarios.
Un amigo periodista que vivió mucho tiempo en Cuba me contó el drama de las mujeres para acceder a productos de depilación y de los varones para las hojas de afeitar.
Con sueldos que no llegan a 10 dólares mensuales (40 soles) es imposible que de manera honesta puedan conseguirlos.
Supongo usarán quillay, como ocurría en nuestro país a mediados del siglo pasado. Ojalá no lleguemos a eso.