Las Vegas no tenía ningún parecido con la ciudad norteamericana de los casinos, espectáculos y escándalos. Es y entiendo sigue siendo una cafetería en el corazón mismo de Tacna, en el centro cívico, punto de reunión de adolescentes entre los años 60 y 70.
Algunos estábamos en los últimos años del colegio, otros acababan de terminar la secundaria, estudiaban en la normal o tenían sus primeras experiencias laborales. Es la edad en la que nos apartamos del círculo familiar íntimo, para buscar una identidad diferente, semejante a la del grupo que escogemos, queriendo ser aceptados por el resto.
El chato Jesús Ramos era el dueño y motor que consiguió reunir a esa generación que se apuró en el camino de la vida y algunos se adelantaron tanto que ahora nos observan desde otra dimensión.
César Raffo nos recordó recientemente a Toño y Loncho Bravo de Rueda, Camilo Amable, Edgard López y Tito Rejas, Humberto Pescetto, Jechu Gómez, Piñuflas, Molleja Vásquez, Hernán Boluarte y Lucho Portugal anticipan un largo etcétera. Se me escapan nombres, sabrán disculpar.
Un tiempo se nos dio por jugar ajedrez y algunos pasábamos horas en ese entretenimiento de reyes, junto a una taza de café, un refresco o chilcano de guinda.
Se formaba un vínculo de amistad y camaradería sin ninguna formalidad de por medio y nos hacía sentir que éramos parte de una especie de club de Toby, prohibido para niñas, aunque no hacíamos otra cosa que pensar en ellas.
Los fines de semana era el punto de reunión obligado, antes de la fiesta quinceañera. Ahí comenzaba la diversión, mucho antes del baile y terminaba también mucho después, en otro corner, siempre en grupo.
Dejamos nuestras “colleras” infantiles, de las 200 o las 100 casas, de Leguía, Zela o Bolognesi, del Callao o Alto de Lima, para formar una diferente, preocupada de otros menesteres, de inquietudes diferentes.
La generación de Las Vegas se fue disolviendo a medida que seguimos ese proceso de maduración social, con responsabilidades menos lúdicas y más comprometidas con lo trascendente, pero seguirá latente en el capítulo aventurero de nuestra memoria.