Le llaman la Batalla del Campo de la Alianza debido a que fue el escenario donde tropas peruanas y bolivianas enfrentaron juntas al ejército invasor, que vino para, en primera instancia, tomar la ciudad de Tacna. Fue tal vez la más feroz de las batallas de la Guerra del Pacífico y sucedió el 26 de mayo de 1880.
De niños nos llevaban en peregrinación, a pie, desde el colegio hasta la cima del cerro Intiorko, a poca distancia del lugar en el que se desarrolló la batalla. abusiva. No hay niño tacneño que no haya participado en esa caminata.
En el centro de la ceremonia se turnaban oradores para recordar detalles de la gesta heroica de los defensores de Tacna, derrotados por la superioridad numérica y de armamento del ejército invasor. Ellos se habían preparado para la guerra.
Fue algo así como vemos hoy en los ataques del ejército ruso contra poblaciones de Ucrania.
Uno de los muchos combatientes fue mi pariente el Coronel Pedro Ugarteche y Gutiérrez de Cossío, en ese momento con el grado de Sargento Mayor.
Entre las víctimas de la Batalla de Tacna estuvo Grocio Prado Linares, hijo de Mariano Ignacio Prado, que anteriormente había peleado con sus hermanos Justo y Leoncio, en las luchas por la independencia de Cuba y Filipinas.
Fue el general boliviano Narciso Campero el que dirigió las fuerzas patriotas y Manuel Baquedano encabezó a los invasores. El enfrentamiento duró una hora, fuimos derrotados y los bolivianos dieron media vuelta hacia el altiplano. Para ellos acabó la guerra, mientras que nosotros recién comenzamos un calvario que todavía tendría que durar cincuenta años más.
La Batalla de Tacna, según testimonio de los propios chilenos, fue tal vez la más sangrienta y cruenta de toda la guerra. Aquí pagamos la deslealtad de Nicolás de Piérola, que había derrocado a Prado en diciembre y se negó a movilizar el Segundo Ejército del Sur, acantonado en Arequipa.
Otra hubiera sido la suerte de la guerra si ese ejército acudía a la cita que le había reservado la historia. La ambición del califa dejó desguarnecidas a Moquegua y Tacna, cosa que fue aprovechada por los chilenos.
Al estallar en 1879 la guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, Francisco Bolognesi se hallaba ya retirado del servicio, pero solicitó su readmisión y fue destinado como jefe de la 3.ª División en el Sur, al frente de la cual se destacó en las batallas de San Francisco y Tarapacá. Al replegarse los restos del ejército peruano hacia Tacna, se le confió la defensa de la plaza de Arica con 2000 hombres, la misma que fue sitiada por fuerzas chilenas muy superiores en número y poderío de fuego.
Al llegar a Arica la noticia de la derrota del ejército aliado peruano-boliviano en la batalla de Tacna (librada el 26 de mayo), Bolognesi convocó a una junta de sus jefes, a la que asistieron 27 de ellos. El acuerdo unánime que se tomó fue el de morir antes que rendirse y de agilizar los trabajos de fortificación de la plaza. Hubo solo una voz discordante, la del coronel Agustín Belaunde, comandante del batallón Cazadores de Piérola, el cual se mostró a favor de la capitulación. Se dice que poco después, Belaunde fugó hacia Tacna, escapando de un arresto que se le impuso como medida disciplinaria.
Belaunde tendría que haber sido procesado y seguramente fusilado, según lo demandó el propio Francisco Bolognesi.
Ël y los defensores de Arica guardaban la esperanza de la llegada de refuerzos. En efecto, una división al mando del coronel Segundo Leiva, de unos 3000 hombres, había salido de Arequipa poco antes de la batalla de Tacna, pero se retrasó. Bolognesi envió dos telegramas a Arequipa, fechados el 3 y el 5 de junio, respectivamente, donde se denota su esperanza concentrada en la siguiente frase, que se ha hecho proverbial: «Apure Leiva». Sin embargo, la ayuda nunca llegaría.
El 5 de junio de 1880, el mayor Juan de la Cruz Salvo fue enviado por el mando chileno, como parlamentario para pedir a Bolognesi la rendición de Arica. Salvo hizo énfasis en que la enorme diferencia numérica de soldados, armamento y logística entre ambas fuerzas, resultaría en un inútil derramamiento de sangre. Bolognesi le respondió: «Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho», y repitió su respuesta en presencia de sus oficiales y con el completo respaldo de estos.
Los oficiales que acompañaron al Bolognesi en la «sala de la respuesta» eran, según la lista establecida por el historiador Gerardo Vargas, los siguientes: el capitán de navío Juan Guillermo More; los coroneles José Joaquín Inclán, Justo Arias y Aragüez, Marcelino Varela, Alfonso Ugarte y Mariano E. Bustamante; los tenientes coroneles Manuel J. La Torre, Ramón Zavala, Benigno Cornejo, Francisco Chocano, Juan Pablo Ayllón y Roque Sáenz Peña; y el capitán de fragata José Sánchez Lagomarsino (comandante del monitor Manco Cápac). Otra versión incluye a los tenientes coroneles Ricardo O’Donovan y Francisco Cornejo.
Sus oficiales y subordinados le acompañaron resueltamente en su decisión. El 7 de junio de 1880 se libró la batalla final, donde, en sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, cumplió su promesa y murió: una bala le impactó al corazón en tanto que un culatazo le destrozó el cráneo.
En la Batalla del Morro de Arica hubo numerosos muertos, héroes que defendieron al Perú con su vida y junto al Coronel Francisco Bolognesi recordamos siempre a Alfonso Ugarte, el que se lanzó al precipicio con la Bandera del Perú, para evitar que se convierta en trofeo de guerra.
El párroco de Arica José Diego Chávez, consignó en el libro de entierros que su cadáver fue encontrado al pie del Morro y colocado en un nicho del panteón de Arica.
Posteriormente, en 1890 un grupo de tarapaqueños trajo sus restos a Lima, junto con los de otros combatientes caídos en la guerra. Un calcetín de hilo tenía marcado su nombre.
Si preguntas quién fue José Joaquín Inclán González-Vigil, seguramente dirán que un héroe de los que murieron defendiendo el Morro de Arica y es cierto, aunque fue mucho más puesto que luchó en varias batallas desde antes de la Guerra del Pacífico.
Fue Alcalde de Moquegua y prefecto del Callao, cargo que dejó al estallar la guerra con Chile para sumarse a las defensas de Arica donde fue nombrado comandante general de la 7.ª División, emplazada en las baterías del fuerte Este.
Resistió fieramente el ataque de dos regimientos chilenos hasta que murió con un revolver en una mano y la espada en la otra. Sus restos están sepultados en el cementerio Presbítero Matías Maestro, en Lima.
José Justo Arias y Aragüez es otro de los muchos héroes tacneños que murió defendiendo la bandera roja y blanca de la patria en el Morro de Arica. Su hermano Julián, tacneño también, diputado por la provincia de Arica, murió en la batalla de Miraflores, en Lima, el 15 de enero de 1881.
En Tacna rendimos permanente homenaje a José Justo Arias y Aragüez y es en su honor que una de las principales avenidas lleva sus apellidos.
La forma heroica como murió en la batalla del 7 de junio es el colofón de toda una vida dedicada a defender valores como el patriotismo y la constitución.
Cuenta un historiador chileno que cuando un soldado del ejército invasor se acercó a él para pedirle su rendición y así salvarle la vida, Arias y Aragüez no solo rechazó la oferta, sino que con su sable mató al emisario y en ese mismo instante recibió la descarga de varios rifles que acabaron con su vida.
El coronel Gregorio Albarracín, Centauro de las Vilcas, fue un patriota que luchó en la Guerra con Bolivia en 1842 y contra Chile en 1879. También estuvo en varias batallas de la guerra civil, en Lluta, Arica y Poconchile y en las batallas de San Francisco, Tarapacá y Alto de la Alianza.
Luchó al lado de Ramón Castilla y en cuanta batalla y escaramuza hubo en la zona, cerca de Tacna y Arica, entre 1841 y 1882 cuando muere junto a su hijo Rufino, peleando contra una de las dos cuadrillas militares chilenas organizadas expresamente para acabar con el autor de los múltiples ataques que los patriotas infringían al invasor.
En julio de 1908, los restos de Gregorio y Rufino Albarracín fueron enviados a Lima donde se encuentran sepultados en la Cripta de los Héroes, en el Cementerio Presbítero Maestro.
Son numerosos los patriotas a quienes hoy rendimos honores de héroes. A las nuevas generaciones debemos decirles que nunca los vamos a olvidar, que la patria tiene una deuda de gratitud eterna con ellos.
Hoy sabemos que la guerra fue impuesta por naciones extrañas, por intereses económicos ajenos a Chile y al Perú, los intereses por el salitre.
Al terminar quiero hacer votos para que nuestros héroes jamás queden en el olvido y para que tal vez, algún día, Chile sepa pedir disculpas y nosotros los peruanos aprendamos también a perdonar.
Viva el Perú.
Viva Tacna.