Toda mi vida escuché decir que no hay muerto malo, que siempre que muere una persona escucharemos comentarios sobre lo bueno que fue en vida y las cosas positivas que realizó. Tratamos de idealizar una realidad que duele y seguramente es una manera de consolarnos, de acomodarnos a una situación que nos afecta emocionalmente.
Sin embargo, desde hace un tiempo, encuentro en las redes sociales todo lo contrario. Primero fue con la muerte de Alan García, después con la de Nano Guerra García y por último, la más reciente de Luis Giampietri Rojas.
Contra los tres se han publicado acaloradas condenas mediante textos maldiciendo su desempeño como personajes públicos, videos y audios repitiendo insultos y destilando un odio irracional contra personas que tienen como denominador común haber combatido políticamente a Sendero Luminoso y al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.
No podemos cometer el error de esperar la muerte de una persona para expresar el reconocimiento que ahora algunos les niegan por tener el peso de haber derrotado en sus respectivos ámbitos a la izquierda comunista, la ultra izquierda, los caviares y terroristas vencidos también en las ánforas.
El uso del insulto y del agravio contra personas fallecidas solo puede caber en la mente afiebrada de quienes sabiéndose perdedores son capaces de cualquier cosa con tal de saborear una efímera venganza que creen los ayudará a conquistar el poder.
Confirman aquel dicho que sostiene que la venganza del más débil siempre es más feroz. Y las venganzas de estos días es venganza de miedosos, de cobardes promotores de ideologías traidoras, perdedoras, fracasadas.