Dos tercios de los escolares del Perú están matriculados en colegios del Estado y el tercio restante en instituciones privadas y más del 70% de los últimos proceden de sectores C y D, que significa el esfuerzo que hacen sus padres por darles lo que mejor pueden en calidad de educación.
Las pruebas Pisa, que a nivel internacional miden la competencia de los estudiantes en ramas como las matemáticas, ciencias y comunicaciones ha puesto en evidencia, el abismo que existe en la calidad de la educación pública frente a la privada, algo que en otros países es al revés.
Bueno sería escuchar al presidente Castillo o al ministro de educación que harán un esfuerzo por reducir esta brecha, que además de imperdonable resulta sumamente injusta. Pareciera que existe una intención de hacer que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres debemos condenarlos a que sean más pobres y eso no puede ser.
Existe un ejército de profesores de colegios públicos comprometidos en sindicatos ideologizados, voceros de proyectos trasnochados rescatados de las catacumbas del marxismo leninismo, empeñados en cambiar la historia nacional y universal para acomodarla a interpretaciones forzadas de lo ocurrido en el pasado.
La primera clarinada la dio Castillo y su torpe conducta ante el Rey de España y luego aparecen ministros y congresistas que amparados en el triunfo electoral pretenden culpar a nuestros antepasados, a los que forjaron la patria, de todos los males que son incapaces de afrontar y resolver.
Tenemos un servicio de salud pública precario que no va a mejorar con discursos ni señalando lo malos que fueron los anteriores gobiernos, mientras gran parte del presupuesto para mejorar la infraestructura se devuelve al fisco por falta de gestión.
Y lo mismo sucede con la salud y la seguridad pública, talones de Aquiles de un Estado incapaz de resolver necesidades elementales en colegios, postas médicas y comisarías. Dos mil obras públicas paralizadas en todo el país requieren de alguien que pase de las promesas a los hechos para desbloquear un sistema judicial que entrampa soluciones y tampoco encarcela a los corruptos.
El país demanda una revolución que haga trabajar ese ejército de desempleados que hoy vive del bono y la limosna, que haga producir la tierra con moderna tecnología, que explote las minas y los bosques y convierta al Perú en ese país moderno, con autopistas que mejoren el comercio interno, puertos y aeropuertos que nos acerquen al futuro y con hospitales y escuelas en los que se pueda recibir salud y educación de calidad.
A nada bueno conducen promesas de ceder territorio que valientes peruanos defendieron con su vida, ni con homenajes a asesinos despiadados que acabaron con la vida de campesinos inocentes y jóvenes uniformados.
Debemos evitar la ruina económica que a este paso nos conduce el gobierno y está en el Congreso de la República el contrapeso que la democracia nos alcanza para acabar con una epidemia ideológica de mentes desquiciadas por el fanatismo anacrónico surgido de las catacumbas del marxismo leninismo.