Deben ser varias las notas que nunca escribí, pero la de ahora comenzó con una invitación de un grupo de pobladores, creo del distrito de Calientes, para que acompañe una expedición a las alturas de Tacna.
Después de pasar por Pocollay, Pachía, Calana y Calientes se llega a una quebrada que para subir es necesario contar con mulas y caballos acostumbrados a trepar cerros y transitar por estrechos caminos de herradura, cada vez más empinados, al borde de precipicios cada vez más peligrosos.
Llegamos hasta encontrar los restos de lo que fue un antiguo templo católico al que acudían los pobladores de la zona y el propósito fue rescatar la pequeña imagen de yeso de San Santiago.
La ruta era usada por arrieros que venían de las minas de plata de Bolivia, rumbo a Arica y se detenían en estos tambos de la antigua Tacna, antes que se construyeran almacenes de mineral que dieron origen a la ciudad, depósito seguro de la riqueza, lejos de piratas y corsarios, pero relativamente cerca al puerto.
Regresamos por donde fuimos y llegamos a la iglesia de Calientes donde nos esperaba otro grupo de pobladores, creo de Miculla, u otro lugar vecino, que reclamaba la propiedad de la imagen rescatada de un riesgoso abandono.
Era un domingo y el director del diario Correo de Tacna, Gustavo Salas Morales, que también fue ese día al diario me preguntó que hacía en mi descanso en la redacción y le conté de la expedición y lo que había ocurrido en la iglesia.
Me dijo que mejor no escriba nada, que me estaba metiendo un problema que la gente misma debía resolver entre ellos. Vas a echar leña al fuego, me dijo, tomé la indicación como el consejo de un periodista con más experiencia y dejé el tema que hoy les cuento, con los errores y vacíos propios del tiempo transcurrido y el recuerdo de un jefe que se adelantó en el camino.