Canasta era el juego de naipes preferido por mi tía Adela, mi madre, la tía Teresa Dopico y sus amigas pero a veces, cuando faltaba una persona nos llamaban a Toti, Yeyo, mi hermano Juan Manuel o a mi para completar las dos parejas.
Se usan dos juegos de naipes de 52 cada uno y 4 comodines, que con dificultad procedíamos a barajar y repartir. Luego de entregar once a cada jugador había que intentar formar escaleras de un mismo palo. En el turno puedes tomar una del mazo o de la mesa y desechar la que menos sirve.
Es un juego sencillo aunque por la cantidad de naipes pareciera complicado. La pareja que nos toca acompañar ayuda a formar las escaleras que se van descubriendo sobre la mesa.
En medio del entretenimiento suelen hacer comentarios de todo tipo y fluye una conversación que puede tornarse interesante y capaz de distraer a los jugadores.
Los naipes son un invento chino, aunque las figuras que conocemos representan personajes de otros reinos y aunque la Canasta la inventaron en Uruguay, existe una variante española con cuatro casinos, 216 cartas.
Las señoras jugando a la Canasta solían pasar tantas horas como las que dedican estos días a ver la televisión.
La aparición del televisor, primero en blanco y negro y luego a colores, fue reemplazando el entretenimiento de las cartas, en el que no había otra apuesta que no fuera pasar un rato ameno y cultivar el cariño de las amistades.
Los primeros en tener televisor en el barrio fueron los Bacigalupo y allí solía colarme en las noches para ver con la tía Lucila, Bruna, Gino, Chana y Pelagia, entre otros, “Un paso al más allá” de Alfred Hitchcock, con el auspicio de Bayer