La presencia de escolares, niñas y niños de distintas edades daban vida a los ambientes de la biblioteca de Tacna, un local que, sin su presencia, se convertía el resto del día en un monumento al silencio.
Era después de clases, entre las 5 de la tarde y 8 de la noche cuando se congregaba la mayor cantidad de apurados investigadores disputando los mismos libros para cumplir con las mismas tareas escolares.
No existía ni la menor sospecha que algún día inventarían esto del internet, google y las bibliotecas virtuales.
Tan frecuente era la concurrencia a la biblioteca que todos teníamos un carnet para facilitar el trámite de acceso a los libros que debíamos devolver ese mismo día, no podían salir del local.
Angélica Seminario se llamaba una joven y bella bibliotecaria que llegó a Tacna procedente de Lima, a principios de la década del 60. Sus enormes ojos negros y figura escultural se convirtieron rápidamente en el mayor incentivo para quienes, obligadamente, debíamos acudir a ese lugar.
Tuve el privilegio de tenerla como vecina, en las 200 casas, cuando tampoco existían los teléfonos celulares y ella usaba nuestro teléfono, razón por la que nos visitaba todos los días, era parte de la familia, estaba más con nosotros que en su propio departamento.
Por eso yo aprovechaba para encargarle me preste algún libro que cuente algo sobre Napoleón, Bolívar o San Martín y me ahorraba el viaje hasta la biblioteca. Era una amiga algo mayor y cómplice de mis tareas escolares.
Estuvo vinculada sentimentalmente con un periodista que se llamaba Juan Velarde Grabulosa, que tuvo un brillante desempeño en la lectura de noticias, transmisión de partidos de fútbol y comentarios deportivos.
Nos desvinculamos y nunca más supe de ella y si alguien por ahí sabe algo de ella le ruego me lo haga saber, me gustaría volver a verla y saludar siempre con el mismo afecto.