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sábado, noviembre 23, 2024

KARINA DE ORBEGOSO

 

Al poco tiempo de llegar a Trujillo en 1999, me tocó una vez más, pasar la Navidad lejos de mi casa y esta vez no cabían permisos especiales, recién estaba en La Industria, por lo que decidí pasarla igual como tantas veces, a solas con Dios. Karina de Orbegoso Montoya se preocupó por mi situación y me invitó a su casa, a recibir la Navidad en compañía de su hija, una niña graciosa que le copió esos ojos negros, redondos, brillantes y juguetones que son signo inequívoco de mentes igualmente radiantes.

 

Karina me contó que estaba contenta por el éxito de la tercera edición del Festival de Luces y Colores que con motivo de las fiestas de fin de año promovía el diario con la municipalidad de Trujillo. Miles acudían a la plaza para observar los adornos que diversas empresas colocaban en los árboles, al pie de los cuales presentaban coros y músicos con villancicos navideños.

 

Los éxitos de Karina trascendían el festival navideño gracias al aprecio que gozaba en todas partes y le permitía conseguir información de todo tipo, de primera mano, de quienes suelen ser muy reservados con sus asuntos pero no podían negarle el dato a una amiga querida por su bondad, afabilidad, sencillez, humildad, honradez en el carácter, por su conducta intachable. Era una periodista dispuesta a ir hasta el fin del mundo con tal de conseguir esa información que a la postre marcaba la diferencia, la ventaja sobre otros medios.

 

Vivía plenamente identificada con su trabajo y por eso mismo la redacción era como su casa, a la que entraba y salía en un trajinar incasable, constante, persistente como su deseo por llegar al fondo de las noticias, no se resignaba con la formalidad de una fórmula que le permitiese cumplir con el encargo mediante la suma de datos esenciales y básicos. Se preguntaba ¿por qué? ¿para qué? y conseguía penetrar en el fondo de la noticia, generalmente desapercibido por novatos.

 

Tenía la sonrisa fácil pero discreta, moderada, casi solemne, porque sabía que una distracción la podía apartar del propósito que la empujaba a descubrir esa verdad que a veces se esconde entre los buenos modales de protocolos diseñados para ocultar realidades adversas o desfavorables. Ella lo entendía perfectamente y por eso mismo se armaba de paciencia y mucho ingenio para aceptar esas primeras versiones y esperar el momento prudente y oportuno para desentrañar los misterios que rodean la información oculta bajo alfombras estadísticas.

 

La Karina que conocí fue una mujer sumamente generosa y es que la mayor riqueza que poseía era la amistad que supo cultivar con tantas personas, de toda condición y que compartió con desprendimiento, sinceridad y sentimiento propio de almas transparentes dispuestas a regalar todo a quienes veía motivados por los mismos valores. Karina era cristiana convicta, confesa y militante y estaba dispuesta a defender sus convicciones con todas las fuerzas que puede tener una persona convencida de la bondad de una doctrina que pregona el perdón y la paz, pero también el castigo al pecador, una religión que sigue las enseñanzas de un Dios que dejó escritas en pocas reglas y de manera sencilla aquello que debíamos hacer los hombres para alcanzar la salvación.

 

Karina vivía la alegría de la vida y podía llegar a la carcajada cuando compartía esos momentos gratos de conversaciones francas y sinceras como era ella, sin maquillaje ni barreras, libre de compromiso político y distante de intereses distintos al respeto por la verdad. Pero como sucede con las cosas buenas, suelen durar muy poco y muy joven nos dijo adiós, se fue allá en busca del Dios al que confió su vida de periodista, de madre, de mujer valiente y trabajadora.

 

Hoy cuando pienso en Karina recuerdo también la gran amistad que cultivó al lado de Martha Florián con la señora Isabel Burga de Cerro, que hacía las veces de jefa, de madre y de amiga, para llevar adelante proyectos de franco desprendimiento, como ese festival que trascendió la responsabilidad de informar para convertir al diario en el promotor de una actividad que pasó a formar parte del calendario anual de Trujillo. Karina había descubierto que mucha gente no esperaba nada en Navidad y merecía ser regalada siquiera con el espectáculo de color que las luces navideñas ofrecían en cada árbol de la plaza. Miles de trujillanos comenzaron a pasar las noches de fin de año al pie de alguno de los hermosos nacimientos y motivos cristianos que movilizaban a un pueblo creyente y devoto.

 

Isabel, Karina y Martha formaban un trío de mujeres inteligentes y trabajadoras, capaces de movilizar a las personas alrededor de proyectos que hoy son testimonio del aporte generoso de un medio de comunicación, que asumió por propia iniciativa un compromiso con sus lectores, sus autoridades, la ciudad y la región

 

 

 

 

 

 

 

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