19.4 C
Lima
sábado, noviembre 23, 2024

JUAN BENAVENTE

Existe una región, un territorio que parece copiado de un paisaje marciano, de alguna novela fantástica de Julio Verne y está camino hacia Infiernillo, en una ruta de exploradores, en un panorama de volcanes, quebradas y tierras con fumarolas, donde es frecuente encontrar exóticas flores de intensos colores, variedades no estudiadas o poco conocidas de la flor de papa,  tubérculos salvajes,  descartados después de cientos, tal vez miles de años, en ese paciente proceso de selección que comenzaron nuestros ancestros,  papas de bulbos pequeños no aptas para el consumo humano, algunas  pueden ser venenosas, pero también  otras que solamente se consumen en esa parte del país y los lugareños saben diferenciarlas muy bien, es un asunto no recomendable para foráneos. También existen orquídeas desconocidas que asombran y sobresalen en medio de un panorama en el que abundan cactus espinosos, exóticas caiguas y el vuelo elegante de amenazadores halcones. Es una tierra de volcanes,  entre el Misti, Chachani y Pichu Pichu, entre restos de lo que algún día fue una rica región dotada de generosos manantiales, rodeada de vestigios de antiguas civilizaciones, petroglifos sepultados por el tiempo y la típica andenería inca que aprovechó hasta el último rincón en las laderas de los cerros. Construyeron terrazas escalonadas para anular los efectos de la erosión, creando áreas de cultivo estables y con riego controlado, gracias a un sistema de canales que supo aprovechar el declive del suelo. En esos lejanos parajes abunda la colorida flor de la Cantuta, la Flor del Inca y al pueblo más cercano lo conocen como Chiguata (frío todo el año) el Espíritu Santo de Chiguata, cuna de campesinos  characatos, luchadores y rebeldes,  trabajadores que hicieron florecer una ciudad albergando a viajeros en tránsito a  Cusco o Puno. Muy cerca estaban los salares que proveían del preciado mineral a las comunidades a veces lejanas. Cuna de los Benavente, de donde salió Juan, un personaje misterioso que se convirtió en clave para conocer al verdadero Frank Archibald, su chofer, su confidente. Ahora en Chiguata no existen manantiales y se ha perdido gran parte del territorio que dedicaban a la agricultura y crianza de animales, la siempre amenazante cercanía a los volcanes la han convertido en tierra de exploradores intrépidos, ávidos de encontrar las huellas de un pasado que quisieran rescatar. Chiguata es testimonio de un ayer diferente, con casas que lucen fachadas de piedra labrada, techos a dos aguas y un imponente templo dominico, expresión palpable de una arquitectura mestiza levantada íntegramente en sillar, con querubines, racimos de uvas, búhos y otras figuras labradas por los artesanos de la colonia. Le dan un significado diferente a lo que un día fue el vómito candente de una geografía subversiva. Es famoso el templo de Chiguata por su cúpula de ángeles que lucen vistosas chaquetas, con mangas de encajes y pequeñas faldas de hojas que rodean a los cuatro santos, los personajes centrales.  Es la fusión de  culturas que dieron vida a una nueva nación. Fue Juan de Chiguata, Juan Benavente, quien me ayudó a comprender que los distintos grupos de funcionarios que conocí en Cuajone, en los campamentos de SPCC, tenían gerentes, había líderes que pugnaban por ganar un sitio, un lugar que los hiciera visibles ante los ojos de Archibald, que se daba cuenta muy bien de todas esas personas y mascullaba frases que revelaban indignación. Sabía que en el fondo era la lucha por confirmar quién lo sucedería, quien ocuparía su lugar el día que, cansado de vivir lejos de los suyos, decidiera apartarse de manera definitiva. Nunca pudo adivinar quién finalmente sería su sucesor. En las grandes empresas, comprendí, ocurría lo que también sucede en la política, en las instituciones públicas, en cuarteles y conventos, en todas las grandes comunidades. El relevo natural en los altos cargos trae consecuencias a veces insospechadas, con rotaciones imprevistas, podas colectivas, vetos despiadados y ceses abusivos. Por eso es la pugna, me advirtió el chofer de Archibald.

 

Las locas ilusiones me sacaron de mi pueblo

y abandoné mi casa para ver la capital.

Cómo recuerdo el día, feliz de mi partida,

sin reparar en nada, de mi tierra me alejé.

y mientras que mi madre, muy triste sollozando,

decíame hijo mío, llévate mi bendición.

Laureano Martínez Smart.

 

Juan Benavente se enamoró perdidamente de Elenita, nacida en Tarata, la otra provincia de Tacna cautiva medio siglo en manos de los chilenos, primera productora de orégano y rica en frutos de fragancias exquisitas como la frutilla, ciruelas, duraznos y damascos. Ahijada de una tía de mi esposa es considerada miembro de nuestra familia. Reservada, silenciosa, discreta como Juan, a quien una noche iluminada por la Luna de Torata le juró amor eterno  y desde entonces viven juntos y comparten sueños también con sus nietos. Tarata y Torata son entonces los pueblos que marcan hitos en la vida de esta chica deslumbrada por todas las cosas que escuchaba del personaje que escapó de la tierra de los volcanes. El amor tiene detalles mágicos heredados de una cultura milenaria en la que están siempre presentes los achachilas, los descendientes de esos espíritus que moran en las montañas, la fortuna que convoca el ekeko y la bendición de Viracocha.  Fue gracias a involuntarias infidencias de Juan que me enteraba del día y hora exacta que Archibald llegaba a Cuajone, información reservada que permitía adivinar los movimientos de la alta burocracia minera. Los jefes apuraban los informes y se concentraban preocupados por dar los mejores reportes y también las malas noticias. No podían ocultarle nada debido a que el gringo, a la larga, siempre se enteraría del accidente, de  la bronca entre los jefes, del reclamo del sector descontento, del escándalo de faldas, de la intimidad de la mina. Juan de Chiguata y Elenita de Tarata, regresan todos los años a la ciudad de los volcanes para agradecer a San Agustín por sus milagros, milagros increíbles, como suelen ser siempre esas manifestaciones de lo sobrenatural.

 

Sin embargo tú no has adivinado, el misterio que encierra esa sonrisa, quiere ocultar lo mucho que he llorado, es un sollozo que quiere ser risa”  Amparo Baluarte.

 

 

 

Mas leídos

GENIO Y FIGURA HASTA LA SEPULTURA

AL FILO DE LA NAVAJA

COMERSE A ALGUIEN CON LOS OJOS

IR DE PUNTA EN BLANCO

Artículo anterior
Artículo siguiente