José Toribio Balta y Montero nació en Lima el 26 de abril de 1814. Su familia, de ascendencia criolla, lo educó en un ambiente que valoraba la carrera militar. Ingresó al Ejército peruano y ascendió rápidamente en las filas debido a su destacada participación en diversas campañas militares, especialmente contra el invasor andino Andrés de Santa Cruz y en defensa de los gobiernos legítimos de la época.
Desde temprana edad, Balta había mostrado una fuerte lealtad a la legalidad, un rasgo que lo acompañaría a lo largo de su vida. Graduado como subteniente en 1833, su carrera militar estuvo marcada por varios ascensos, lo que le valió reconocimientos como las medallas de Áncash, del Destierro y de Restauradores de la Patria. Sin embargo, su apego a la legalidad le ganó el desprecio de algunos gobernantes. En 1853, Ramón Castilla lo destituyó y lo relegó al ostracismo político.
Fue solo en 1863 que Balta regresó a la vida pública, impulsado por la falta de efectividad del gobierno de Juan Antonio Pezet ante la ocupación española. Este regreso representó un giro para su vida política y militar y lo preparó para asumir la presidencia en un momento crucial para el país.
El gobierno de José Balta en Perú comprende desde el 2 de agosto de 1868 hasta el 22 de julio de 1872, y de él, lamentablemente se recuerda más por su derrocamiento y trágica muerte, antes que por sus obras.
La complicada coyuntura internacional generó también conflictos internos y en medio de esas tensiones es que comienza un gobierno, plagado de conspiraciones. Llegó al poder tras una serie de crisis políticas y militares que quisieron sanear la situación del país después de años de gobiernos ineficaces. Su ascenso fue resultado de un movimiento que buscaba devolver la legalidad al sistema político peruano.
En este momento, el país estaba sumido en una profunda crisis económica, causada por la guerra civil y la ocupación de las islas guaneras de Chincha por parte de España. La necesidad de un liderazgo fuerte capaz de restaurar el orden y la paz llevó a Balta al poder. Sin embargo, sus esfuerzos por modernizar el país y fomentar la inversión extranjera no estuvieron exentos de dificultades.
Durante su gobierno, Balta se propuso llevar a cabo varias reformas que buscaban modernizar la economía peruana. Se enfocó en promover la inversión extranjera y la construcción de infraestructura, particularmente en el sector ferroviario. La construcción del Ferrocarril Central, que conectaba Lima con la sierra, fue uno de sus logros más emblemáticos, facilitando el comercio y el transporte en el país.
A pesar de sus iniciativas, el gobierno de Balta enfrentó oposición tanto interna como externa. La percepción de corrupción y el favoritismo hacia inversores extranjeros generaron descontento entre sectores nacionales, exacerbando la tensión social. Además, las disputas políticas y la fragmentación de la clase política dificultaron la consolidación de su gobierno.
Uno de los principales problemas que enfrentó Balta fue su relación con el ejército y los líderes militares que habían apoyado su llegada al poder. A medida que su mandato avanzaba, comenzaron a surgir disensiones dentro de su propio entorno, lo que erosionó su base de apoyo.
El 22 de julio de 1872, a pocos días de la transmisión de mando a Manuel Pardo y Lavalle, Balta fue derrocado por un golpe de Estado dirigido por los coroneles Tomás Gutiérrez y otros miembros del ejército que no aceptaban la llegada al poder del nuevo presidente electo. A pesar de su inicial resistencia a establecer una dictadura, Balta se vio obligado a ceder ante las presiones y a considerar la posibilidad de aferrarse al poder de manera ilegítima.
El evento culminó con la irrupción de las tropas de Gutiérrez en el Palacio de Gobierno. Silvestre Gutiérrez, hermano de Tomás, capturó a Balta y lo llevó cautivo al cuartel de San Francisco, donde permaneció hasta su asesinato, el 26 de julio de 1872. La muerte de Balta marcó una nueva fase en la historia política del Perú, caracterizada por una mayor inestabilidad y conflictos entre facciones militares y políticas.
El legado de José Balta es complejo y multidimensional. Si bien su administración buscó modernizar la economía peruana y fortalecer la infraestructura del país, sus esfuerzos se vieron oscurecidos por la corrupción y la inestabilidad política. Su enfoque en la inversión extranjera ha sido objeto de controversia, con defensores que argumentan que sentó las bases para un desarrollo económico y críticos que sostienen que sacrificó intereses nacionales en favor de intereses foráneos.
La figura de Balta permanece en la memoria colectiva peruana como un líder que, aunque intentó hacer lo mejor para su país, no pudo evitar caer en la trampa de la corrupción y la intriga política que plagaba a su tiempo. La naturaleza violenta de su derrocamiento y su muerte también simbolizan la fragilidad de la democracia en el Perú durante el siglo XIX.