Era un flaco alto, de bigotes, aparentemente muy serio, de cabellos desaliñados al que encontré en la jefatura de redacción de “La Prensa” en un escritorio cubierto de carillas con noticias que revisaba, clasificaba y luego me alcanzaba para que les pusiera títulos.
Me explicó que los títulos debían ser de dos renglones que pudiesen ser cambiados, uno sobre otro, sin que afecte el sentido del mensaje. Había que contar las letras (golpes) de cada lingote, cuyo tamaño era determinado por la ubicación en la página. Las abridoras más grandes, a tres o cuatro columnas y las chicas podían ser de una columna y hasta con tres lingotes.
Más que un trabajo, eso de titular en “La Prensa” era un entretenimiento, un permanente desafío para encontrar la palabra exacta, con el número preciso de letras. Estuve una temporada muy breve, dos o tres meses hasta que mis amigos de “Correo” me hicieron espacio en su redacción. Era parte de la familia de Epensa.
Eso ocurrió en la primera mitad de la década de los 70 y después de 30 años volvimos a encontrarnos en Trujillo, cuando un día apareció en “La Industria” con una nota que me pidió publicar.
Almorzamos ese día y fue el comienzo de su colaboración eventual, durante algunos meses. Estaba viviendo en Chao, provincia de Virú, muy cerca de Trujillo, en una casa con una enorme huerta que le prestó un amigo residente en el extranjero, contó.
Lo visité una vez en Chao y disfruté entonces de su hospitalidad, entre jardines y algunas hectáreas de cultivos de panllevar, mientras conversamos de la velocidad con la que pasa el tiempo y lo rápido que vemos como se nos van los años.
Jorge fue presidente de la Federación de Periodistas del Perú y encabezó valientes protestas contra la dictadura militar. Gran periodista, defensor de la libertad de prensa atropellada por el socialismo castrense.
Dejé de verlo cuando salí de Trujillo para trabajar en Cajamarca y no volví a saber más de él, hasta febrero del 2011 cuando murió víctima de un paro cardiaco.