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sábado, noviembre 23, 2024

HUGO Y JULIO

Mis vecinos de las 200 casas, en el block “A”, en el tercer piso, eran los miembros de la familia Grajeda, formada por Don Hugo, su esposa Doris y los dos hijos varones Huguito y Julito.

Huguito resultó muy parecido a su padre, no solo en su apariencia física, la contextura, sino en su manera pausada de ser, caminar, conversar y de vivir la vida.

Su padre fue mi profesor en el colegio 990 y me enseñó a convertir latas de leche en f loreros, ceniceros o maceteros o trozos de madera en juguetes, repisas, cajitas y hasta muebles.

Debíamos aprender a usar y cuidar herramientas como martillos, tijeras, cinceles, destornilladores, escuadras, lijas y sierras que para ser sincero me resultan difíciles de operar.

Su esposa, como mi madre, tejía chompas a la medida usando máquinas y finas lanas a veces de alpaca, con los más variados modelos y colores, al gusto del cliente, copiados de las revistas de modas.

Julito me auxilió un día que veíamos juntos un partido de fulbito, sentados en el jardín sobre lo que debían ser maceteros, cuando me hice un corte profundo en un dedo con una hoja de afeitar.

Vamos a mi casa, me dijo muy seguro, para ir directo al botiquín, lavó la herida, la roció con agua oxigenada, luego la cubrió con un polvo blanco, para finalmente vendar el dedo con gasa y esparadrapo.

Me acuerdo no por el ardor del desinfectante sino por la cicatriz casi imperceptible en el pulgar de mi mano izquierda.

Huguito y Julito mostraron muy jóvenes su vocación por la medicina y se graduaron en esta difícil carrera. Supongo hoy luchan en primera fila contra el coronavirus o tal vez la secuela y daños colaterales. Julito se reunió hace un tiempo con mi hermano Juan, pero yo no los volví a ver y han pasado más de cincuenta años, como jugando.

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