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sábado, noviembre 23, 2024

HUEVOS DE CORRAL

– Recoge los huevos del corral – dijo mi tía Adela con mucho cariño – y ten cuidado al cruzar la pista.

– Llévales la comida que está en ese balde, agregó.

Eso ocurrió un domingo, tenía menos de diez años de edad y aunque sospechaba podía ocurrir cualquier día, sonó como la oportunidad que estaba esperando para hacer algo útil.

El balde se llenaba todos los días con hojas de lechuga que se descartan al preparar la ensalada, al igual que las vainas de habas y arvejas, restos de sandía, melón y otras frutas.

Cruzando la avenida Bolognesi había un canchón, un local que usaban para lo del dulce de membrillo o la salsa de tomate y esta vez había una zona acondicionada para corral con un gallo y varias gallinas.

Tuve que entrar y buscar en cada nido los huevos aún tibios para colocarlos en el balde, que había vaciado para distraer a las aves, mientras procedí a la cosecha diaria, pensando que tal vez esos huevos pudieron haberse convertido en pollitos.

– No, para los pollitos necesitamos gallinas cluecas, estas son ponedoras y esos huevos son para consumo, me explicó Teresa.

Recoger los huevos del mismo nido es una experiencia que emociona a los niños y que también se pierde con la desaparición de los corrales caseros. Los huevos de corral tienen un sabor diferente.

Algunos padres no nos damos cuenta que este tipo de encargos, de tareas que en algo ayudan al manejo de la casa, significan mucho para los niños, que necesitan también sentirse útiles y disfrutar, como disfruté yo, cuando me encargaron recoger los huevos del corral. En dos palabras: sentirse útil.

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