Debo haber escrito otras notas sobre el mismo personaje, pero como estamos comenzando un nuevo año, vuelvo a ocuparme de un amigo, de esos que se apuraron su partida pero nos sigue acompañando, en el recuerdo de tantos momentos gratos que compartimos, con numerosas anécdotas curiosas.
Tuve el privilegio de gozar de la hospitalidad de su familia, en su casa, en la calle San Martín a una cuadra de la Plaza Zela, en Tacna y supe que todos los días terminaba de despertar con un reconfortante baño sauna, que pocos pueden darse el lujo de gozar, en una de esas máquinas que estuvieron de moda a fines de los 70. A la hora de almorzar usaba palillos chinos, como en el Extremo Oriente y platos de fina porcelana, con dibujos de dragones.
Hermes Julio Patiño se movilizaba en una camioneta ranchera muy baja, deportiva y con una tolva en la que trasladaba las cajas de enormes parlantes, micrófonos y amplificadores que alquilaba a grupos musicales que llegaba para animar fiestas populares en locales públicos.
– Francisco de la Cruz camina apurado por la calle San Martín por miedo a que lo asalten.
Perifoneó un día cuando lo vio saliendo de una oficina bancaria y el amigo volteó sobresaltado, asustado por el escándalo que le significó escuchar su nombre tan bulliciosamente.
Era su forma de bromear y divertirse mientras cumplía con el contrato que anunciaba el baile popular, este domingo, domingo, domingo, en el pampón de la calle Dos de Mayo. Recorría así toda Tacna, todos los barrios y asentamientos humanos.
Por la tarde ingresaba a la cabina de Correo, se ponía audífonos y transcribía las noticias que recibía por radio desde la central de Lima.
Luego salía apurado para vestir un smoking negro elegante y hacer de maestro de ceremonias en el bingo de caridad, en el Coliseo Perú.
Y por último en la noche me pidió lo acompañe al pampón, para cobrar por el perifoneo y alquiler de los equipos de amplificación. Un entusiasta mil oficios, como abundan en estos días de pandemia.