Hace 60 años había unas pocas heladerías en Tacna, una antigua que creo pertenecía a la familia Fuster y tres nuevas administradas por jóvenes italianos “Venecia”, “Roma” e “Italia” dotadas de equipos modernos para hacer helados, sandwicheras eléctricas, batidoras para milkshakes y máquinas para café expreso con agua caliente a alta presión.
Un vaso de helado batido con leche, milkshake, con un sándwich mixto caliente de queso con jamón inglés en pan de molde, que solo se veía en los cumpleaños, se convertía en un lonche de lujo para el que debías tener no menos de diez soles en el bolsillo secreto del pantalón.
En las 200 casas estaba la heladería del señor Loureiro, que los preparaba de manera menos moderna, con un pequeño mandil del tamaño que usan los masones, se mordía la lengua cada vez que rascaba con la cuchara los recipientes para hacer las bolas de helados de chocolate o vainilla, de sol con dos bolas y de 50 con solo una, aunque su generosidad se convertía en yapas que crecían enormes sobre el barquillo.
La proporción de esencia de vainilla o de chocolate marcaba la diferencia y sabíamos distinguir esos sabores y fragancias que tanto deleitaban a veces penetrantes y otras muy diluidas. La vainilla la sacan de la vaina de una orquídea y el chocolate es mezcla de cacao con azúcar.
Donde Loureiro no había milshakes ni sándwich calientes, pero si porciones de torta de Maruja Arenas y empanadas de queso o de carne que traían de “Los milagros”.
Muy cerca a la heladería estaba el salón de belleza Johnny, un típico peluquero de señoras, de cabello a veces rojo, trataba de esconder una oreja mocha acompañado siempre de guapas asistentes. A todos ellos los consideramos parte de nuestra familia, la gran familia