El halloween en el Perú es un fenómeno cultural que avanza ruidosamente pese al remilgado patrioterismo de algunos oponentes. Es una fiesta que crece multitudinariamente de la mano con los festejos por el Día de la Canción Criolla, instituido por Manuel Prado Ugarteche en 1944.
El haloween tiene un origen mucho más antiguo, es una festividad que existía antes que la Biblia, una celebración pagana que marca el comienzo de la estación más fría y oscura en el hemisferio norte.
Samhain es su nombre original en celta y significa el fin del verano y el momento en que los dioses se hacían visibles a los ojos del hombre. Se creía que durante Samhain las almas de los muertos regresaban a sus hogares, por lo que la gente se disfrazaba, se ponía máscaras, y encendía hogueras para ahuyentar a los malos espíritus, explica la Enciclopedia de Historia Mundial.
Migrantes nórdicos llevaron su creencia a Norteamérica para desde allí comenzar a propagarse por el mundo entero y convertirse en una fiesta que vincula el recuerdo y homenaje a los muertos con otras costumbres, como lo de la canción criolla.
Ver niños disfrazados tocando las puertas de las casas para reclamar dulces pasó a convertirse en algo “normal” ese día y todos los mayores fuimos adoptando algo con lo que no crecimos, no es una fiesta nuestra.
Son las nuevas generaciones las que imponen aquello con lo que se divierten y llegan a cambiar y trastocar el calendario, tal como lo conocimos hasta hace poco tiempo.
La presencia de multitudes la noche del 31 de octubre en las calles de algunas ciudades peruanas son la mayor demostración de algo que está cambiando…y cambiará más.
Mi amiga Doris Sánchez me contó que esa noche en el Cusco no podía conseguir un taxi en la Plaza de Armas, debido a la cantidad de gente que hacía imposible el tránsito vehicular.
A mí me alcanzaron unas fotos de lo ocurrido en Tacna y el asunto es muy parecido.