El ocho de este mes falleció Luis Cavagnaro Orellana y ese mismo día escribí una nota que publicó al día siguiente PERIODISMO CIUDADANO, periódico virtual de Rubén Ticlavilca que reproduzco a continuación.
Su vida es un ejemplo de amor por la ciudad
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SE FUE LUCHO CAVAGNARO,
SE FUE UN GRAN TACNEÑO
A propósito de su muerte seguramente se van a escribir notas sobre los merecimientos intelectuales de Lucho Cavagnaro, que son numerosos como el libro que publicó en las últimas fiestas de Tacna el pasado mes de agosto.
Fue un estudioso de la historia de Tacna, promotor de las costumbres de una ciudad con mucho para contar, le cantó a su pileta, convirtió las estampas tacneñas en uno de los mayores acontecimientos culturales y entre muchos otros logros como partícipe, actor y promotor del Club Teatral.
Fue en este campo que tuve el privilegio de conocer al Lucho que todos quisimos y fue a principios de los años 70, mientras trabajaba en el diario Correo, que algunas noches me daba tiempo para asistir a sus reuniones en una vieja casa de la calle Callao.
Tanto así que una vez fui tomado en cuenta para participar en una de las obras que dirigía el genial Liber Forti y los acompañé en un inolvidable viaje a la ciudad de Puno.
Es solamente del lado divertido que puedo ocuparme de Lucho Cavagnaro debido a que de los asuntos académicos seguramente se ocuparán sus colegas y discípulos.
Anteriormente cité un pasaje que es como mejor lo recuerdo cuando pañuelo en mano sacó a bailar a Rosita Lombardi, ahí en el Club de Teatro y arrancó la fiesta con aplausos y vivas a la marinera.
¡Qué triste es mi vida!
Llora que llora, llora…
Sin ninguna esperanza
De tu amor y confianza.
Sonreía y limpiaba el piso con el pañuelo para después elevarlo por los aires y dibujar unas aves que alzaban vuelo a ese mundo imaginario que ahora lo recibe con guitarras y castañuelas que festejan su llegada.
Los ojos de mi norteña
Son como los de la urraca,
que alumbran cuando yo duermo
mientras yo sueño en la hamaca.
La última vez que estuve a su lado fue en la casa de los Liendo, en el Paseo Cívico, para ver la llegada del Paseo de la Bandera, que muy bien supo definir para diferenciarlo de la procesión que contaba Federico Barreto.
La noche anterior estuve en la presentación del último de sus libros en el Casino Militar, frente al San Ramón y la concurrencia fue tan numerosa que tuve que esperar al día siguiente para conversar con tranquilidad.
Compartíamos el placer de pasear por los pasillos del mercado de la avenida Dos de Mayo, donde más de una vez coincidimos a la hora del jugo y más de una broma le hice para divertirlo.
Como buen intelectual era distraído y un día lo sorprendí cuando la chica de los jugos le alcanzaba uno de esos vasos enormes y un plato con dos grandes sánguches de queso fresco.
- ¿Y por qué le da tanta comida a este señor?, le dije en voz alta a la despachadora, como llamándole la atención.
Lucho no supo cómo reaccionar, miraba a los costados pidiendo ayuda con los ojos, hasta que se dio cuenta que era yo, que no nos veíamos en muchos años.
Dejó a un lado el jugo y los panes y me dio un gran abrazo de esos que compartimos en familia para dejar testimonio del mutuo afecto.
Ayer en la mañana comenzó a sonar mi teléfono, como nunca, para reiterarme la mala noticia que Fredy Gambetta de alguna manera nos había advertido en el wasapp. Lucho se fue, esta vez para no volver.
Está allá en el otro mundo armando seguramente otra jarana o tal vez comenzando a llenar fichas para escribir la historia de los que partieron y se adelantaron en el camino de la vida.
Agua de los montes
Cuando volverán,
Lágrimas de mis ojos
Agua de mi sauzal.
¡Qué triste es mi vida
Llora que llora, llora…
Y se mece la hamaca tendida
De aquí para allá, de allá para acá.