De niño era tan parecido a mi primo Yeyo, rubio y colorado como el camarón, que la Nonna Basili un día lo agarró a cañazos para que deje la orilla y regrese al rancho que era la hora de almorzar, en La Lisera, en la Boca del Rio, en Tacna.
Más divertido que adolorido tuvo que explicar a la Nonna que se había confundido de nieto, que no era Basili y el rubio de su cabello no era bachichi, presuntamente escocés.
Gilberto Hume estudió en la Unidad Bolognesi y fue compañero de aula de mi hermano Juan Manuel, quien me contó que siempre fue conocido como el “Viejo” Hume, aunque también hubo quienes le decían el “Pato” Hume, hermano menor de dos guapas muchachas Tota y Mayú.
Nos encontramos y trabajamos en los primeros años de ATV, en El Noticiero del 9, hasta que el bicho de la aventura y las noticias lo llevaron a conocer la revolución sandinista y la Guerra del Golfo Pérsico, por encargo de CNN.
Se convirtió así, velozmente, de hábil camarógrafo en eficiente reportero, de intrépido periodista en investigador acucioso, de valiente demócrata en arriesgado crítico del autoritarismo fujimorista y corrupción montesinista, de la subasta de votos en la salita del servicio de inteligencia.
Tal vez confunda involuntariamente nombres de las cadenas internacionales para las que trabajó. Desde Canal N ayudó a precipitar el fin del régimen de Alberto Fujimori cuando abrió la pantalla al video Kouri-Montesinos.
Con su larga y prolífica trayectoria ayudó en los primeros pasos de lo que hoy es otro canal valiente, Willax y de allí fue a dirigir los espacios informativos de América Televisión, donde aporta el conocimiento y experiencia adquiridos en toda una vida dedicada a la búsqueda de la noticia.
Debo haberme saltado más de un episodio sobresaliente como el atentado en la calle Tarata, donde llegó cámara al hombro antes que nadie, es solo el apuro de hacer rápido una nota breve, pero de reconocimiento sincero a un brillante colega.
Gilberto es tacneño, un ejemplo para las nuevas generaciones de periodistas dispuestos a dejar todo, como en el sacerdocio, para dedicarse de lleno a un oficio que demanda entrega, pasión y sacrificio.