Toro Sentado era un jefe de la tribu sioux que fumó más de una vez la pipa de la paz, aunque de manera diferente a como lo hicieron ayer Maricarmen Alva y Aníbal Torres.
Le llamaban la pipa de la paz debido a que cuando la fumaban entraban en un estado de adormecimiento, seguramente debido a que la cargaban con una mezcla de hierbas entre las que estaba la adormidera o amapola real.
La pipa que fumaron ayer la presidenta del congreso con el presidente del consejo de ministros fue una pipa virtual, sin buenas ni malas hierbas y consistió en el intercambio de banderas blancas con miras a superar (por fin) el enfrentamiento entre ambos poderes.
Cuando los indios norteamericanos fumaban estas pipas lo hacían como los chamanes con la ayahuasca, para transitar caminos que los ayuden a comunicarse con los espíritus y sus dioses, con el mundo divino.
Maricarmen y Aníbal decidieron deponer aquellos elementos que como gasolina al fuego abonaban por alargar la confrontación como los pedidos de censura que por enésima vez presentan contra la mesa directiva del parlamento, con el único ánimo de distraer y expresar rechazo.
El abrazo de ayer fue entre la rubia dirigente populista y Waldemar Cerrón, el hermanísimo, preludio del discurso conciliador del premier, tan diferente al confrontador de hace dos días.
Toro Sentado terminó formando parte del espectáculo de rodeo de Búfalo Bill y muere por el disparo de un policía indio. Atrás y en el olvido quedó la masacre a la tropa del general Custer que encabezó junto con Caballo Loco.