19.9 C
Lima
domingo, noviembre 24, 2024

FEDERICO BARRETO

Tacna, baluarte del sur, cimiento de nuestra casa, en ti no acaba el Perú, aquí comienza la patria.

La genialidad de Nicomedes Santa Cruz rescata la esencia de una ciudad que los peruanos deben visitar siquiera una vez en su vida y mejor si coincide con alguna festividad del calendario patriótico.

Solamente aquí se puede participar, vivir, sentir y palpitar el fervor de una multitud que acompaña a ese grupo de mujeres con la enorme Bandera Nacional y entonan himnos de amor al Perú, mientras la emoción baña el rostro de las personas que recuerdan el dolor de sus padres o abuelos durante la ocupación chilena.

La Procesión de la Bandera es la descripción que hace Federico Barreto de lo ocurrido en Tacna, el 28 de julio de 1901, cuando tuvieron que pedir permiso para conmemorar el aniversario patrio.

– Tienen ustedes el permiso que solicitan, dijo el intendente, pero con la condición de que me garanticen, bajo responsabilidad personal, que al conducir la bandera por las calles, el pueblo peruano no hará manifestación alguna de carácter patriótico. Exijo, desde luego, de un modo concreto, que no haya aclamaciones, ni vivas, ni el más leve grito que signifique, ni remotamente, una provocación para el elemento chileno.

– Está bien, señor intendente –dijo uno de ellos hablando por todos– No se oirá un solo grito en las calles durante la procesión del estandarte.

 

Al día siguiente los diarios peruanos, a la vez que daban a conocer al público el grave compromiso contraído por la comisión, recomendaban eficazmente a los hijos del lugar que el día de la fiesta honraran con su actitud la palabra empeñada al mandatario de la provincia.

La institución encargada de organizar el programa –conocedora del carácter altivo y rebelde de la gente de Tacna– abrigaba el íntimo temor de que la fiesta acabara en tragedia. Un viva al Perú, contestado con un viva a Chile, podía convertir las calles de la ciudad en un campo de batalla. En medio de esta incertidumbre, llegó por fin el 28 de julio.

 

El Hospital San Ramón y la capilla donde se celebró la histórica misa ya no existen, tal vez en estado ruinoso, es lo que me pareció ver la última vez que pasé por ahí, pero mejor dejo a Barreto con su relato:

 

Terminada la ceremonia, la concurrencia comenzó a abandonar el templo y a engrosar el inmenso gentío que se agitaba, imponente, en los alrededores.

 

Al último, cuando ya no quedaba nadie en el interior de la iglesia, apareció en la puerta, sostenida en alto, hermosa y resplandeciente como nunca, la bandera blanca y roja del Perú…

 

Y entonces, en aquel instante solemne, ocurrió allí, en la calle llena de sol y apretada de hombres, mujeres y niños, de toda condición social, algo inesperado y grandioso; algo que no olvidaré nunca; algo que me hizo experimentar una de las emociones más hondas de mi vida.

 

Apareció el estandarte en la puerta del templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en las calles inmediatas se agitaron un momento y luego, sin previo acuerdo, como impulsadas por una sola e irresistible voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas extendiendo los brazos hacia la enseña bendita de la Patria.

 

No se oyó una exclamación, ni una sola exclamación, ni el grito más insignificante. Sellados todos los labios por un compromiso de honor, permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio extraño y enorme que infundía asombro y causaba admiración, la bandera, levantada muy arriba, muy arriba, avanzó lentamente por en medio de aquel océano de cabezas descubiertas.

 

Y es a partir de este momento que comienza la procesión propiamente dicha:

 

Y pasó la bandera y detrás de ella, como enorme escolta, avanzó el pueblo entero, y aquella procesión sin músicas ni aclamaciones– siempre en silencio, siempre majestuosa– recorrió, imponiendo respeto, y casi miedo, los jirones más céntricos de la ciudad cautiva.

 

En una bocacalle, un antiguo soldado del Campo de la Alianza, un hombre del pueblo invalidado por un casco de metralla, se abrió paso, como pudo, por entre la compacta muchedumbre, y aproximándose al estandarte, besó con unción religiosa los flecos de oro de la enseña gloriosa. Y un enjambre de niños imitó luego al viejo soldado. Y ante aquel espectáculo, a la vez sencillo y sublime, hube de apretar los ojos para contener las lágrimas.

 

Al paso del cortejo –en el cual el gentío parecía transfigurado por el dolor y el patriotismo– los transeúntes se descubrían pálidos de emoción, y hasta los oficiales y soldados chilenos, visiblemente impresionados, levantaban maquinalmente la mano a la altura de sus gorras prusianas en actitud de hacer el saludo militar.

 

Actualmente, los 28 de julio y de agosto ocurre lo que bien llaman el paseo de la Bandera, por la principal calle de Tacna y diferente de la procesión se realiza con el bullicioso acompañamiento de un pueblo que canta y vibra con la enorme Bandera, sostenida por mujeres y niños felices que juegan bajo de ella.

 

 

 

Mas leídos

GENIO Y FIGURA HASTA LA SEPULTURA

AL FILO DE LA NAVAJA

COMERSE A ALGUIEN CON LOS OJOS

IR DE PUNTA EN BLANCO

Artículo anterior
Artículo siguiente