Confieso que nunca sospeché que llegaría el día que tendría que volver a escribir algo como lo que sigue a continuación y lo hago con el pesar que me causa aceptar lo equivocado que estuve.
Leo en diarios, veo y escucho en televisión gente que comenta, califica y opina sobre lo que viene ocurriendo en el país como si se tratara de algo nuevo, espontáneo y hasta natural, a lo que tienen derecho, sin considerar que se trata de un plan orquestado fuera del país.
No se dan cuenta de la gravedad de algo tan evidente como la intromisión de López Obrador, Evo Morales o Gustavo Petro. Tampoco recuerdan que lo mismo sucedió no hace mucho en Chile para obligar a Piñera a convocar a una asamblea constituyente. Mucho menos reconocen que la nueva constitución es un mamotreto pre elaborado que buscan validar con cuotas de participación lotizadas por etnias, comunidades nativas, minorías raciales y elites sindicales. No cada ciudadano un voto, como funciona la democracia.
Los opinólogos modernos no vivieron de cerca el terror de los 80 ni mucho menos la dictadura del socialismo castrense de los 70. No conocen lo que es hacer cola por bolsitas de leche en polvo, ni calcomanías para los días que puede o no circular su auto.
La forma como se imponen los radicales en las asambleas, en las comunidades, es la misma que emplean en las universidades nacionales. La mayor parte de los modernos opinantes proviene de universidades particulares vacunadas económicamente contra esos males.
La izquierda rechaza el sistema económico capitalista, proclama como Velasco “ni capitalismo ni comunismo” y se entrega a la búsqueda de estructuras económicas que fracasaron en el mundo entero. No existe ni un solo ejemplo de un país que valide sus teorías, en cambio son unos pocos los que transitan por esa ruta y se convierten en desastres con nombre propio como Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Pretenden ser imparciales cuando hay quienes incendian locales públicos y privados, bloquean carreteras, atacan empresas mineras, incendian vehículos, apedrean policías, destruyen ambulancias y después reclaman que “los terruquean” y atentan contra sus derechos humanos.
No entienden que es una sociedad que es atacada traicioneramente por quienes quieren desmembrar el Perú, quieren salida al mar para Bolivia, con soberanía territorial, alientan la minería ilegal, el tráfico de drogas, la anarquía como sistema.
No se trata de dos fuerzas que están al mismo nivel. No se trata de igual a igual. Con ellos no se puede dialogar. Es terrorismo, es el socialismo del siglo XXI, es traición a la patria. Ahora cobra sentido la propuesta de cambiar la Bandera Nacional que presentó una congresista de Tacna, el anuncio de Pedro Castillo por el que se intentó procesarlo por traición, la oficina del MAS en el Cusco, la injerencia de Pedro Morales en los asuntos internos del Perú.