Los fenómenos meteorológicos como El Niño, tienen que ver con los movimientos de la Tierra, que poco conocemos. En este tema nos hemos quedado como en la edad media, sabemos apenas un poco más que Copernico y Galileo.
Creemos saber mucho cuando repetimos “sin embargo se mueve”, pero poco conocemos de cómo se mueve. En el colegio nos contaron sobre la Tierra la rotación sobre su eje y traslación alrededor del Sol y punto.
Nada sabemos de precesión de los equinoccios en función de la inclinación del eje de rotación terrestre con respecto al plano de la órbita terrestre y menos de la precesión aún más compleja: la nutación.
El bamboleo de Chandler es una pequeña oscilación del eje de rotación de la Tierra que añade 0,7 segundos de arco en un período de 433 días a la precesión de los equinoccios.
Tampoco imaginamos la precesión apsidial o avance del perihelio, que es el momento de menor distancia de la Tierra al Sol.
Los variaciones orbitales o ciclos de Milanković describen los efectos conjuntos que los cambios en los movimientos de la Tierra provocan en el clima a lo largo de miles de años.
Gastan miles de millones en paliativos contra El Niño sabiendo que se repetirá indefinidamente, hasta que a alguien se le ocurra construir presas, reservorios y sistemas de drenaje más efectivos.
Avanzaríamos algo si pusieran mano dura e impidieran ocupar laderas de los ríos que de todas maneras serán inundadas.
Miseria, imprudencia e ignorancia se dan la mano para generar escenas dramáticas que podrían evitarse. Crucemos los dedos para que en Lima, en los conos, no ocurra aquello que nuestros expertos juran este año no ocurrirá.