Los fenómenos meteorológicos como El Niño, tienen que ver con los movimientos de la Tierra, que poco conocemos. En este tema nos hemos quedado (no todos) como en la edad media, poco más que Copernico y Galileo.
Creemos saber con decir que “sin embargo se mueve”, pero poco sabemos de cómo se mueve. En el colegio nos contaron de la rotación sobre su eje y traslación alrededor del Sol y punto.
Nada sabemos de precesión de los equinoccios en función de la inclinación del eje de rotación terrestre con respecto al plano de la órbita terrestre y menos de la precesión aún más compleja si consideramos un cuarto movimiento: la nutación.
El bamboleo de Chandler es una pequeña oscilación del eje de rotación de la Tierra que añade 0,7 segundos de arco en un período de 433 días a la precesión de los equinoccios.
Jamás imaginamos siquiera que existe algo que se llama la precesión apsidial o avance del perihelio, que es el momento de menor distancia de la Tierra al Sol.
Los variaciones orbitales o ciclos de Milanković describen los efectos conjuntos que los cambios en los movimientos de la Tierra provocan en el clima a lo largo de miles de años.
Los ciclos en los que la naturaleza nos trae un niño más intenso son hasta ahora impredecibles, pero sabemos que de todas maneras ocurrirán y no hacemos nada por prepararnos, por defendernos.
Gastan miles de millones en paliativos sabiendo que se repetirá indefinidamente, hasta que a alguien se le ocurra construir presas, reservorios y sistemas de drenaje más efectivos.
Los niños de 1982 y 2017 son los que algunos recordamos y existen registros anteriores de varios fenómenos devastadores. Avanzaríamos algo si pusieran mano dura e impidieran ocupar laderas de los ríos que de todas maneras serán inundadas.
Miseria, imprudencia e ignorancia se dan la mano para generar escenas dramáticas que podrían evitarse. Crucemos los dedos para que, en Lima, en los conos, no ocurra aquello que estamos temiendo.