Solemos tener la errada creencia que aprender es una tarea que compete a los niños, a los jóvenes, a los que recién comienzan a saber de qué se trata la vida y no es así. Los seres humanos no dejamos nunca de aprender, no importa la edad.
Cuando se pierde interés por conocer todo lo nuevo que aparece en el mundo, por todo lo que nos rodea, es que hemos comenzado a envejecer.
La curiosidad es clave en el desarrollo de las personas, de los seres vivos, es un comportamiento que tiene que ver con el conocimiento y el aprendizaje, si perdemos el espíritu curioso que nos trajo hasta donde llegamos, entonces nos habremos detenido en el camino de la vida, habremos hecho un alto que puede ser lo último que hagamos.
No podemos detenernos, dejar de ser curiosos, ni perder el deseo de conocer, de aprender aquello que nos puede llevar por nuevos caminos, sorprendentes, insospechados.
Acampar en medio del bosque y hacer una pequeña fogata es como imaginamos a los boy scouts, a los niños exploradores. Los mayores debemos conservar ese espíritu de aventura, salir en busca de ese lugar desconocido y estar siempre listo para aquello que puede ser útil para nosotros mismos o para los demás.
Lo que parece diferenciar la curiosidad humana de la de los animales es que suele combinarse con la capacidad de pensamiento abstracto y, de ese modo, conducir a la mímesis, a la fantasía, a la imaginación y eventualmente a una manera que es abstracta y consciente.
Aprender significa adquirir conocimiento a través del intelecto o de la experiencia. El aprendizaje a través del intelecto es dominado por el racionalismo.
No dejemos de aprender, sigamos siendo curiosos, que el mundo nos ofrece todos los días la oportunidad de acceder a nuevos conocimientos, la posibilidad de seguir experimentando la emoción de haber descubierto algo nuevo, algo que no conocíamos.