“El Zorro” le decían a Gustavo Adolfo Jiménez Saldías, una figura controvertida marcada por la lucha política y militar, así como por su breve y tumultuosa presidencia en un contexto de inestabilidad.
Nació el 5 de abril de 1886 en Cerro de Pasco, Jiménez provenía de un entorno que fomentó su interés por la carrera militar. Tras finalizar su educación secundaria en 1902, ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos, donde se formó y egresó como alférez de caballería en 1908. Su ascenso en el ejército fue notable; pronto alcanzó el rango de teniente coronel pero su carrera militar se vio truncada por el golpe de Estado de Augusto B. Leguía en 1919, que lo llevó a retirarse del servicio activo.
La oposición a la dictadura de Leguía se convirtió en un tema central en su vida. Al involucrarse en diversas conspiraciones contra el régimen, Jiménez fue arrestado y confinado en la isla Taquile durante diez meses. Su encarcelamiento y posterior destierro a Bolivia no hicieron más que alimentar su deseo de resistencia, lo cual se evidenció cuando regresó clandestinamente al Perú en 1924. Sin embargo, fue nuevamente capturado y enviado a la isla San Lorenzo, donde permaneció hasta su liberación en noviembre de 1927.
La insatisfacción popular con el gobierno de Leguía y el deseo de cambio condujeron a la llegada al poder de Luis Miguel Sánchez Cerro, un militar que se proclamó presidente tras un golpe militar en agosto de 1930. Jiménez, viendo una oportunidad para establecer su influencia, se alineó con Sánchez Cerro y se unió a la Junta Militar de Gobierno, fue nombrado Ministro de Gobierno.
No obstante, su permanencia en el gabinete fue efímera, al ser reestructurada la Junta en noviembre de 1930, Jiménez fue separado de su cargo. En febrero de 1931, recibió el encargo de liderar la represión de un motín revolucionario en Arequipa, aunque finalmente se vería obligado a regresar a Lima ante la dimisión de Sánchez Cerro.
El 5 de marzo de 1931, tomó una decisión crucial al forzar la renuncia de Ricardo Leoncio Elías, presidente de la Corte Suprema, y asumir el liderazgo de una nueva Junta Transitoria de Gobierno. Sin embargo, su mandato fue desafiado casi de inmediato por la oposición de los revolucionarios arequipeños.
La Junta Nacional de Gobierno, instalada el 11 de marzo de 1931, fue un intento de pacificar las tensiones y convocar elecciones, un objetivo que Jiménez respaldó fervientemente. Durante su gestión, promovió reformas políticas significativas, como la adopción del voto secreto y obligatorio, que buscaban garantizar unas elecciones justas. Sin embargo, estas elecciones estuvieron marcadas por la desconfianza. El proceso electoral resultó en una victoria para Sánchez Cerro, lo que provocó que muchos, incluidos los seguidores de Haya de la Torre, consideraran el proceso fraudulento.
La relación entre Jiménez y Sánchez Cerro se iría deteriorando, culminando en la oposición abierta de Jiménez a partir de 1932. Como consecuencia, tomó la decisión política de alejarse, trasladándose a Arica para entablar negociaciones con los dirigentes apristas, quienes también buscaban derrocar al gobierno de Sánchez Cerro.
El 11 de marzo de 1933, regresó a la escena política al proclamarse Jefe Supremo Político y Militar de la República desde Cajamarca. Este pronunciamiento fue un acto de desafío directo al gobierno constitucional que había sustituido a la Junta de Jiménez.
En Paiján, Jiménez enfrentó a las tropas leales al gobierno en un enfrentamiento que concluyó con su derrota. Las versiones oficiales de su captura sostienen que, ante la inminente posibilidad de un juicio y ejecución, Jiménez optó por el suicidio, disparándose en la cabeza. Esta decisión, aunque confirmada por el protocolo de autopsia, dejó interrogantes sobre su legado y la percepción pública de su figura. La muerte de Jiménez en marzo de 1933 fue seguida por el asesinato de Sánchez Cerro un mes después, un ciclo de violencia y caos que marcó el inicio de un periodo de inestabilidad en el país.